Refugio de civilización

09/11/2012 - 00:00 Jesús Fernández


 
 Durante muchos años se ha cernido sobre la sociedad española un exceso de politización de la vida, de las ideas y de otros comportamientos sociales. Se ha pensado que la democracia es algo así como un nuevo orden que vendría a sustituir al orden natural. La palabra y el sentido de las instituciones se mezclaban y confundían entre sí sin saber su procedencia o pertenencia a uno u otro nivel racional. El planteamiento y ordenamiento de las leyes salidas del consenso democrático serían las que legitimaban, según ellos, las leyes naturales precedentes y universales que no a la inversa. Los legisladores se sentían por encima de cualquier limitación, obligación o condición moral de su función y de su conciencia.
 
  En nuestra democracia de hoy se equipara el valor y sentido de las instituciones naturales con las políticamente creadas por conveniencia política y por interés partidista. Orden político contra orden natural. Así no se construye una civilización. La democracia venía entendida y presentada como una gran emancipación del orden natural que oprime al hombre. Tenemos que liberarle –dicen- de tanta opresión que ejercen sobre él los principios radicales inscritos en la configuración del hombre. La situación de crisis y de inseguridad en que ha entrado y encallado la vida de los pueblos nos hace volver la mirada hacia la consistencia de las todas las estructuras naturales del hombre frente a los formalismos de las conversaciones o negociaciones convencionales de los sistemas de relaciones.
 
  La educación se ha convertido en un indigente sistema de consignas e interpretaciones sin proposiciones garantizadas o validadas científicamente. La información es una presentación de la realidad sin fundamentos en la veracidad de los hechos sino en los intereses. Los derechos humanos son una representación de necesidades sociales sin contenido finalista sino sólo instrumental. La civilización democrática ha entrado en un conflicto. Tenemos un problema de conversión. Llevamos tiempo destruyendo instituciones firmes de origen natural, luchando contra el matrimonio y sus raíces, desestructurando relaciones basadas en el parentesco y la unión, desprestigiando la natalidad, la maternidad, la comunidad familiar, la autoridad y jerarquía derivada de dichos vínculos, sustrayendo a la juventud de su secuencia vital.
 
  Confiábamos a la cultura y no a la biología las diferencias de género Programamos un hombre utópico y una humanidad ideal. Creíamos, una vez más, que la democracia se construía sobre las ruinas de la razón teórica y la razón moral inspiradora de las demás leyes. Y ahora, cuando zozobra todo el sistema económico, fracasa toda estrategia social, se frustran esperanzas de futuro, ahora acudimos a las instituciones de siempre (principalmente a la familia) para que nos salven del desastre producido por la política incendiaria e iconoclasta. Hemos desprestigiado a la Iglesia Católica y demás confesiones religiosas ensalzando el ateismo de masas y aplaudiendo la increencia y ahora les pedimos que acojan y ayuden a los excluidos, a los desempleados, a los necesitados que ha generado nuestro egoísmo capitalista.