Regreso al pasado
25/05/2013 - 00:00
El pasado viernes, el Gobierno de Rajoy aprobó la reforma educativa, la famosa ley Wert. Nace, como todos sabemos, siendo la reforma más consensuada de la historia acordada únicamente entre el PP y la Conferencia Episcopal y es una reforma netamente ideológica, que no contenta a ningún sector implicado en la educación de nuestros hijos. Llevamos meses con movilizaciones por parte de profesores, padres y alumnos; pero lejos de moderar o de intentar llegar a algún acuerdo, el Gobierno se limita a utilizar su amplia mayoría parlamentaria para no escuchar a nadie y pasar el rodillo.
La ley Wert no construye una futura escuela de calidad, sino que recupera una mala escuela del pasado y ampara la reducción presupuestaria que se viene perpetrando desde la llegada al Gobierno de Rajoy. El PP no ha realizado ningún diagnóstico claro sobre la calidad educativa y, por este y otros motivos, esta ley se comercializa ya desde un principio con fecha de caducidad.
A modo de ejemplo: Existía hasta ahora un consenso sobre la presencia de la religión en la escuela que con esta ley se rompe, y pasa a ser una asignatura evaluable y parte del currículo escolar, equiparándola a otras materias como las Matemáticas o la Lengua Española. Me hago eco del planteamiento de una amiga: Si a partir de la ley Wert la religión puntúa y un niño en vez de ir a clase de religión se escapa a una procesión
¿Qué es? ¿Pellas o prácticas? También se elimina Educación para la Ciudadanía, que ha sido una asignatura cuestionada desde el primer momento por la iglesia y por el PP
¿Para qué promover la enseñanza de los valores democráticos y constitucionales? (¡Hay que ver
estos españoles lo quieren todo!).
Con esta decisión, España será el único país de los veintisiete de la UE que no impartirá esta asignatura. Ahora sí que semos europeos. Es una ley segregadora y sexista, vuelta a las subvenciones y por tanto a la promoción de los colegios que imparten educación diferenciada los chicos con los chicos y las chicas con las chicas, pese a las recientes sentencias del Tribunal Supremo que argumentan que estos centros no pueden recibir conciertos. La enseñanza que separa es un modelo discriminatorio y por lo tanto no debería legitimarse.
Quizá la justicia no quiere regresar a una sociedad en la que los hombres y las mujeres tengan un papel totalmente diferente, y, para ello, desde la escuela se comience a fomentar esta concepción desigual y discriminatoria de las mujeres respecto a los hombres. Recordemos aquella premisa de la Sección Femenina: Las mujeres nunca descubren nada; les falta, desde luego, el talento creador, reservado por Dios para inteligencias varoniles; nosotras no podemos hacer nada más que interpretar, mejor o peor, lo que los hombres nos dan hecho. Claro, ¿para qué educar igual a los diferentes? Véase la respuesta en esta reforma. Esta ley también desconfía del profesorado, por eso necesita acudir a evaluaciones externas y reválidas para contrastar el grado de adquisición de aprendizajes de los alumnos. Además de imponer los contenidos y competencias obligatorias, se dictan indicadores de rendimientos y se evalúan externamente.
El Consejo de Estado se muestra muy crítico como no podía ser de otra manera con esta ley, y plantea importantes cuestiones de forma, de fondo y de legalidad. El Consejo de Estado considera que existe una insuficiencia de la valoración económica que entrañará su aprobación. En su opinión, el coste que se estima de implantación es muy limitado para una reforma estructural de esta envergadura. Y lamenta, además, que haya incluso una previsión de reducción de dichos costes en el medio plazo. Al menos, al gobierno no le ha costado demasiado armar el texto de la ley. El señor Wert ha subrayado en verde fosforito en El Florido Pensil todo lo que hace referencia a la metodología tradicional, basada en el dogmatismo, la imposición de la autoridad mediante la disciplina y la adquisición rutinaria de los conocimientos por memorización, sin permitir la más mínima posibilidad de cuestionamiento ni crítica, y sin que la comprensión de lo aprendido importe realmente (el propio título hace referencia a una expresión incomprensible por los niños)