Relevo en las poltronas

05/08/2011 - 00:00 Fernando Jáuregui

 
Leo que el nuevo presidente de la Generalitat valenciana, Alberto Fabra, ha comenzado la labor de sustitución de los altos cargos más afines a su predecesor, Camps. Conozco y respeto a algunos de ellos y, sin embargo, entiendo que cada responsable ha de tener su propio equipo de confianza: el baile de asesores, directores de comunicación y jefes de Gabinete es inevitable cuando se produce un relevo en la cúpula.
 
   Y más ahora que lo que toca es predicar austeridad y, según parece, se va a acabar (¿seguro de será así?) el espectáculo del jefe, o jefecillo, que acude a las convocatorias acompañado de su jefe de gabinete, guardaespaldas, chofer y jefe de prensa, además de por algún asesor especial. Puede que se incremente por esta vía ligeramente la nómina de parados, aunque siempre hay una recolocación para el verdaderamente adicto, que resulta un elemento indispensable para el ego del político. Estos usos y costumbres son connaturales a nuestra clase política, que se resiste a enterarse de que verdaderamente estamos entrando en una era diferente, en la que ya no cabrá apelar al peligro del terrorismo etarra para viajar en autobús; más peligro representaría para algunos, me parece, el cabreo generalizado de una ciudadanía que, simplemente, ha dejado de creer en sus representantes y, por supuesto, ha dejado de respetarlos.
 
   Me da por pensar que la única justificación para que no se dé un pacto generoso y de altos vuelos entre los líderes de los principales partidos españoles sigue siendo esta idiosincrasia de nuestra clase política. Cuyos máximos dirigentes hablan de las bondades de un acuerdo, mientras los portavoces por ellos elegidos sacuden de manera inmisericorde al contrario. Pongamos, por ejemplo, los casos de Zapatero y Rajoy, que, aseguran, se entienden bien en sus conversaciones telefónicas, mientras lanzan a los micrófonos públicos a 'duros' como Elena Valenciano o Esteban González Pons, dos personajes por los que confieso sentir especial afecto, pero cuya desafortunada e insultante actuación no creo que les convenza ni a ellos mismos. Y así andamos: con el susto de la prima de riesgo -ya incorporada a la chistografía nacional- en la garganta, mientras 'ellos', esos señores que a veces parecen estar en Marte, se sacuden de lo lindo a cuenta de cualquier bobada. Les pedimos que pacten y se dan, por debajo de la mesa camilla, de patadas.
 
   O nos distraen con nuevos, absurdos e imposibles límites de velocidad, se supone que por aquello de animar a la deprimida industria automovilística. Tenemos la sensación -puede que falsa, ojo, pero, en todo caso, es nuestra sensación y hay que respetarla- de que nos hundimos, y 'ellos' andan haciéndose aguadillas en la procelosa piscina nacional. Hacía tiempo que no vivía -hoy desde la distancia, lo reconozco- un verano tan caótico, tan incapaz, tan irresponsable, tan angustioso, como este. Y, por favor, no cometamos el error de culpar solamente a este o aquel de lo que está pasando o, mejor, de lo que no está pasando; basta de simplificaciones que culpan de todo a la por otro lado evidente falta de capacidad de Zapatero, o que presentan a Rajoy como un indolente que se niega a colaborar. Creo que tanto Zapatero como Rajoy sobresalen, hoy por hoy, algo de la media de sus equipos, aunque les falta la grandeza de dar sendos puñetazos sobre sus respectivas mesas y salir juntos al balcón de La Moncloa para anunciar lo que ya les estamos exigiendo, desde el Rey al último peatón, que anuncien.
 
   Creo que hay que ir más allá a la hora de la crítica: las culpas se difuminan y salpican a todos aquellos que, por nuestro bien, solo ansían el despacho (y el sueldo, y el poder, y el Audi) que ha dejado vacante otro. Abandonemos la España binaria, cainita, del blanco y negro, de una vez para siempre y repartamos las responsabilidades de lo que ocurre entre todos aquellos que merecen nuestra acusación. ¡Qué buenos son todos ellos fabricando indignados! .