Renuncia Papal

15/02/2013 - 00:00 Pedro Villaverde

 
 
 Sorpresa mayúscula la que el mundo, cristiano y de todo tipo, se llevó esta semana al saber que Benedicto XVI dejará de liderar la Iglesia al fallarle las fuerzas por su avanzada edad y sus diferentes achaques. Reacciones de todo tipo ha causado la histórica noticia. La mayoría del tipo del oficial de la Diócesis de Guadalajara. Respeto absoluto a una decisión de carácter personal y agradecimiento a un pontificado en el que se ha enfrentado de cara a los problemas más feos y ha dejado escrito algunos magníficos libros. A falta de saber con que calificativo pasará a la historia, hay que reconocer que ha mejorado las expectativas de muchos tras recoger el testigo nada menos que del recordado Papa Magno, uno de los más grandes. Más intelectual e introvertido que Juan Pablo II y con una personalidad muy distinta, ha sabido ganarse el cariño de un amplio espectro de sus gobernados y protagonizar numerosas escenas cercanas y de carácter popular. Uno de sus últimos gestos fue entrar en las redes sociales para acercar la Iglesia a los ciudadanos. También se le agradecerá su condena a la pederastia, que desterrase el limbo y muchas de sus aportaciones doctrinales.
 
  Es sin duda un gran cerebro, hombre de profunda fe e inmensa lucidez. Su renuncia, en un mundo en el que a todos atrae y mucho el poder, también a los hombres de Iglesia, a saber las luchas, negociaciones e intrigas que hay y habrá para su sucesión, es una muestra de generosidad, sabiduría y bondad. Todos aseguran que su carácter discreto hará que a partir del día 28 no se tenga más conocimiento sobre cómo vive, piensa o que hace. No se entrometerá ni en las decisiones ni en la vida palaciega del Estado Vaticano. Llevará una vida tranquila, con muchos cuidados, reposo como sus médicos le prescriben, oración, lectura y escritura. La Iglesia tendrá que definir la función que le confiere. Nunca antes, al menos en muchos siglos, un Papa había tenido a pocos metros a su antecesor. El futuro Pontífice tiene ante sí el reto de modernizar la Iglesia en mucho de lo que no es dogma. Requiere de mayor juventud en las eucaristías, necesita vocaciones, flexibilización en algunos criterios morales, revisión de algunas de sus formas. En definitiva, mejorar su imagen. Antes viviremos unas semanas de mucho interés informativo y de curiosidad.