Resentimiento en Olot

16/12/2010 - 00:00 Luis del Val

 
En una sociedad con valores claros, en los que la supremacía del dinero, el poder y la gloria no reinasen sobre todo lo demás, el asesino de Olot no habría tenido tiempo de que la larva del resentimiento hubiera puesto los huevos en el subconsciente hasta llegar a la terrible catarsis que ha ensangrentado la semana. El acercamiento al suceso, su tremenda atracción por parte de todas las clases sociales, se debe a la mímesis, es decir, a la facilidad con la que podemos ponernos en las circunstancias del asesino antes de serlo: deudas, trabajos sin cobrar, talones sin fondos, peligro de desahucio. Sobre la mímesis y la catarsis se basó la tragedia griega, y allí se reflejaron todas las monstruosidades de las que era capaz el ser humano por ambición, por amor, por celos, por venganza o por ansias de poder. Es curioso que la degradación social, la pérdida del prestigio económico no fueran contempladas ni por Eurìpides, ni por Sófocles, ni por Esquilo. En una sociedad en la que no aparecer por televisión, ser pobre y responsable de deudas se convierte en una especie de baldón, en un fracaso absoluto, es muy difícil superar esas circunstancias. En la misma localidad de Olot, no hace mucho, se suicidaba un hombre en un parque público, pocos días antes de que fuera a ser embargado. Dicen los sociólogos que los valores generan actitudes y las actitudes comportamientos. Los suicidios por fracaso financiero son interclasistas y abundan mucho más de lo que nos creemos. El problema no es sencillo, porque para cambiar los comportamientos deberíamos desterrar unos valores mostrencos, infiltrados en la sociedad sin pausas en el último medio siglo, y esa no es una tarea que se pueda hacer de la noche a la mañana. En apariencia todo es inocente: la frivolidad, la grasienta grosería que transmitimos a través de los medios, la corrupción impune, pero eso puede terminar en una escopeta y en una tragedia.