Respeto incluso para 'este' Tribunal Constitucional

06/05/2011 - 00:00 Fernando Jáuregui

 
Ya sé que el Tribunal Constitucional ha tenido, y tiene, una trayectoria que no le hace digno del respeto que, sin embargo, hay que pedir para él. Porque lo cierto es que el TC es una pieza fundamental en el organigrama de la democracia española. Y sus decisiones son inapelables, aunque, desde luego, puedan ser discutibles. No puedo presumir de saber más que los juristas especializados en interpretar, y quién sabe si retorcer, las leyes: sí digo, tras haber leído de cabo a rabo sentencias, opiniones fundadas y hasta menos fundadas, que la decisión del Supremo sobre Bildu no era inequívoca, como se demuestra en lo ajustado de ambas votaciones, en el TS y en el TC. Admitía muchas posibilidades e interpretaciones. Y ya alguna vez algunos hemos repetido que no acabábamos de ver claros los fundamentos jurídicos para una ilegalización de la coalición que, sin duda, más comprensión muestra hacia Batasuna y, si usted quiere, hacia ETA. Pero una cosa es lo que usted o yo supongamos con mayor o menor fundamento y otra, como sugería el propio lehendakari López, es el basamento legal que demuestre una vinculación directa entre esta Bildu y la banda terrorista que tanta desgracia ha hecho caer durante tantos años sobre las cabezas de los españoles.
   Eso, sin contar con otras argumentaciones posibles. Por ejemplo, la esgrimida por el candidato socialista a la presidencia Navarra, Roberto Jiménez Alli, quien dijo en un multitudinario desayuno en Madrid que, si queremos que la gente 'comprensiva' con Batasuna se pase a este lado del río, hay que ayudarles a cruzarlo. Y una ayuda puede ser incluirlos en las instituciones. Sé que no todo el mundo, al sur de Pancorbo, pensará de esta manera, pero hay que admitir como válidas todas las opiniones que caben en una democracia, y la democracia ya se sabe que tiene una amplia y polémica capa. Y esa polémica se ha centrado, claro, en el Tribunal Constitucional mismo. Verdad es que de 'este' TC tenemos la culpa todos: el PSOE y el PP, que lo manipularon, los medios de comunicación, que en algún momento miramos hacia otro lado o hicimos el caldo gordo a lo que los partidos decían, algunos responsables autonómicos, que pretendieron anularlo...
   Y, por supuesto, los propios magistrados del TC, que, en lugar de dimitir cuando su mandato vencía sin posible acuerdo para ser sustituidos, han seguido sentados cómodamente en el rentable sillón. El resultado ha sido 'este' Tribunal Constitucional, desprestigiado y escasamente operativo. El TC de la sentencia que nadie ha seguido sobre el Estatut de Cataluña, lo que debe hacernos meditar sobre la urgencia de introducir reformas en la Constitución, que es algo de lo que los partidos políticos no quieren siquiera oír hablar. Pero, con todo, ya digo, es el TC que tenemos, un pilar de nuestro sistema democrático, y por ello hay, tragando sapos, que respetarlo. Asusta escuchar algunos comentarios que lo quieren directamente subordinado al Ejecutivo de turno -al de Zapatero-Rubalcaba en este caso-. Alarma ver con qué facilidad se sugiere que los magistrados del alto Tribunal están al borde de la prevaricación. Preocupa comprobar cómo aquí nadie cree que nuestra democracia se asiente en los principios de separación de poderes diseñados por Montesquieu. Han sido muchas las trapisondas del máximo órgano decisorio en los últimos años. Pero la de la madrugada del jueves no ha sido, pienso, una de ellas. Creo que los magistrados del TC estaban perfectamente legitimados para decidir como lo han hecho, de la misma manera que Patxi López, lo estaba para opinar que, a su juicio, no hay vinculación directa entre ETA y los partidos que conforman la coalición Bildu. Quién sabe... Puede, incluso, déjeme usted ser un poco ingenuo, que, como mucha gente de buena voluntad piensa en el País Vasco, estemos dando una oportunidad a este mundo marginal para que entre en el juego institucional y democrático por la vía de la paz. Personalmente, no puedo decir que me haga feliz la presencia de algunas personas en los ayuntamientos y diputaciones vascos y navarros: alguna de esa gente, si pudiese, restaría no pocas de mis libertades en aras de su fanatismo intolerante. Pero sí me contenta que se haya impuesto el estado de derecho, que es nuestra grandeza y que ampara incluso a esos extremistas muy escasamente demócratas.
   Al margen de la mayor o menor justificación que el TC haya encontrado para esa mínima victoria de quienes pensaban que Bildu debe estar en las elecciones del próximo día 22, creo que esta cuestión no debe emplearse electoral(ista)mente: culpar al Gobierno, por su debilidad y ambigüedad, de lo ocurrido sería tan injusto como echarle la culpa a la oposición por su actitud cerrada y por ciertas acusaciones no demostradas. O como centrarlo todo en la 'docilidad' de los magistrados a presuntas (o reales) instrucciones de quienes los nombraron.
   En estas condiciones, se inicia una campaña electoral en la que los mítines, terreno propicio para la sal gorda y el despropósito con tribuna, cámaras y micrófonos, amenazan con ser el marco de improperios contra el adversario que vayan mucho más allá de lo que a una razonable convivencia en democracia convendría. ¿Va a resultar imposible sacar a Bildu y sus derivadas de la campaña? ¿Seguirán nuestros responsables ajenos a la construcción del país -ahora toca hablar del territorio- para seguir cuarteándolo? Porque la campaña electoral sigue sin ocuparse de los problemas cotidianos de los españoles en su relación con sus representantes más inmediatos: los ayuntamientos y su comunidad autónoma. Hasta ahora, ha sido ETA la que ha estado en los debates políticos, ETA y esa coalición, Bildu, que se ha beneficiado gratuitamente, gracias a la torpeza de todos, de una publicidad que, en términos comerciales, les hubiese costado muchos millones de euros. Dejémonos de controversias pseudojurídicas y tomemos nota de las reformas legales que hay que introducir en nuestro entramado legal para que la Justicia no sea nunca más piedra de escándalo para los españoles ni motivo de burla para quienes aborrecen el sistema. Y, ahora, 'programa, programa, programa'; que estamos en campaña y eso, como decía Pujol, es lo que toca.