Sabiduría
Seguramente después de este bachillerato los jóvenes dominen materias útiles pero nunca el aprendizaje será una esforzada aventura con premio como lo fue para sus padres.
Estos dos últimos años he leído y he repasado mucho. Algunas cosas yacen sin remedio en el olvido, serían mentira, como decíamos antes. Recuerdo más lo que aprendí de adolescente y de joven, un buen bachillerato daba juego. Tuve suerte con mis profesores y ojo para elegir amigos, quizá porque estaba acostumbrada desde pequeña a tratar con personas sabias, educadas y buenas. He perseguido la sabiduría que admiraba en mis padres y buscaba en los demás sin conseguirla, y ya es tarde. Por eso me deja estupefacta esta ley de Educación que limita el conocimiento de los niños de una manera tan cicatera.
Hoy veo en los periódicos que los profesores de Historia están contra el tratamiento de esta asignatura en la Ley Celáa, según la cual la Historia de España empieza en la II república, los niños españoles evitarán la lista de reyes Godos, pero no tendrán el orgullo de saber que su tatarabuelo Don Pelayo empezó la Reconquista desde una cueva de Covadonga y durante ocho largos siglos dio la batalla al infiel hasta que se hizo con España entera. Tampoco sabrán, o solo para pedir perdón, que Colón cruzó el ancho mar y descubrió América en nombre de España, patrocinado por los Reyes católicos. Fuimos un imperio donde no se ponía el sol y, gracias a que les enseñamos nuestra preciosa lengua, ahora disfrutamos de Cien Años de Soledad, El Aleph, Tres Tristes Tigres, Pantaleón y las visitadoras o Rayuela y adoramos a Mafalda.
El aprendizaje exige esfuerzo, hay que conocer las cosas como son y como fueron, no según el capricho del mandante de turno. Las matemáticas no tienen género, son difíciles y van más allá de las cuatro reglas, los filósofos nos enseñan el pensamiento crítico necesario para no ser un merluzo. Quizá nunca lleguen nuestros nietos a oír hablar de la Torre de Babel o del faraón Ptolomeo II, que mandó reunir todos los libros del mundo en la biblioteca de Alejandría, como cuenta tan preciosamente Irene Vallejo. Para mi generación la sabiduría cotizaba, era atractiva, vendía, se ligaba …. Seguramente después de este bachillerato los jóvenes dominen materias útiles, idiomas, informática, pero nunca el aprendizaje será una esforzada aventura con un deseado premio, como lo fue para sus padres o sus abuelos.
Bajo el deshielo de las altas cumbres aparece la primavera. Hay un movimiento agitado de pájaros y niños y ya han florecido los árboles de la Gran Vía, por donde subí el otro día a trote ligero, hasta llegar a la exposición de mi compañero de papel Emilio Fernández-Galiano, gran pintor, madrileño de Sigüenza o seguntino de Madrid, dos ciudades cuyas luces Emilio borda al óleo esplendorosamente.
Estamos en primavera y, a pesar de la guerra y del Covid, la naturaleza despierta y algunos ratos somos felices, casi sin querer y sin olvidar a los que hemos perdido, y nos reímos por nada o precisamente por el recuerdo de un momento genial y gracioso de aquellos que nos dejaron.