Salgamos al encuentro del Señor

26/01/2014 - 23:00 Atilano Rodríguez

El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, desea la verdadera vida, la que no se vea afectada ni siquiera por la muerte. Pero, al mismo tiempo, experimenta que esta vida no puede alcanzarla por sí mismo ni mediante la ayuda y colaboración de otros seres humanos, limitados y finitos como él. Ante esta experiencia, por la que pasamos todos los seres humanos, sólo cabe la apertura a Dios, la acogida cordial y gozosa de su amor. Él no sólo quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (I Tim 2,4), sino que no duda en enviar a su Hijo al mundo para que todos los seres humanos puedan obtener la salvación eterna mediante la participación en su misma vida. Ahora bien, aunque la voluntad salvífica de Dios es definitiva y universal, es decir, alcanza a todos los hombres de todos los tiempos, siempre existe la posibilidad de que el ser humano se cierre sobre sí mismo y renuncie a participar de la comunión de vida y amor con Él en el presente y en el más allá de la muerte. En esta capacidad de decisión del ser humano para vivir con Dios o sin Dios, se pone de manifiesto el escrupuloso respeto del Autor de la vida por la libertad humana y la responsabilidad de cada persona ante la oferta divina. Dios quiere salvarnos a todos, pero nos ha creado libres hasta el extremo de llegar a rechazar su salvación. Cuando analizamos los comportamientos de muchas personas en nuestros días, podemos descubrir que aparentemente no se plantean la necesidad de ser salvados. En sus manifestaciones y comportamientos actúan como si Dios no existiese. Viven tan ocupados en la búsqueda del éxito personal y en la realización de los propios proyectos que no tienen tiempo para preguntarse por Dios ni para pensar en la necesidad de alguien que pueda perdonar sus pecados y ofrecerle vida eterna más allá de esta vida terrena. Solamente el encuentro con Dios puede despertar nuestras conciencias dormidas. La luz divina nos impide justificar nuestras conductas erradas a partir de lo que hacen o dicen los demás. Para ver más allá de los gustos y caprichos personales y para experimentar la salvación de Dios, necesitamos abrirnos a su Palabra y dejarle espacio en la vida. Dios, que es fiel y cumple sus promesas, no se cansa de venir a nosotros en cada instante de la vida y no cesa de llamar a la puerta de nuestro corazón para compartir con nosotros su amor y para hacernos partícipes de su salvación. Él espera que le dejemos entrar, pero no forzará en ningún momento nuestra libertad. Para experimentar este amor salvador de Dios, además de descubrir a Dios presente en lo más hondo de nuestro ser, hemos de tener también presente que el Dios verdadero no es un mago, que viene para concedernos los privilegios soñados por cada uno, sino el que se despojó de sí mismo, tomando la condición de esclavo y haciéndose semejante a los hombres en todo menos en el pecado (Fil 2, 7). El verdadero Dios es pobre y humilde. De este modo puede enriquecernos con su pobreza.Â