Santos García Verdes

10/05/2013 - 00:00 Emilio Fernández Galiano

  
  
  Hace sólo cuatro días aceptó mi propuesta de amistad en Facebook. Es un filtro virtual, pero recientemente tuve la oportunidad de comentar personalmente con él lo que en mi opinión consideraba una excelente trayectoria y el reconocimiento a un constante espíritu de superación. No acostumbro a solicitar amistades mediante este enjambre informático, pero llevo tiempo ensalzando junto, entre otros, a mi buen amigo Lorenzo Díaz, el esfuerzo del gremio de la hostelería y la restauración seguntina para responder con dignidad al privilegio turístico que supone Sigüenza. Me contestó al minuto.
 
  El mismo espacio de tiempo que ha transcurrido hoy al sentir un escalofrío tras conocer la triste noticia. Ya no sólo desde el plano personal (apunto en este apartadvo la buena relación de mis padres con su abuelo, Claudio, y la proseguida en las siguientes generaciones con su hijo Antonio, hoy padre sin consuelo; ahí va nuestro abrazo), sino desde el profesional. Santos era hijo y nieto de los que, con gran esfuerzo y vocación, crearon el restaurante La Granja. Lo que en un origen fue una sencilla venta a las faldas de Alcuneza, Santos, con la prudente y sabia ascendencia paternal, la convirtió en parada obligada del visitante y fonda destacada del habitante o veraneante. Dicen que la primera generación crea, la segunda mantiene y la tercera, dilapida. Al contrario, como buen rebelde, Santos detalló y perfiló el buen hacer de sus progenitores.
 
  Y había incorporado el lacre a su establecimiento como marchamo de calidad. Sus numerosos premios en tapas medievales y otro tipo de iniciativas gastronómicas, recibieron, a nivel nacional, el justo reconocimiento a una labor que, confío, no quede truncada, a pesar de tal fatalidad. Santos era exponente de una nueva generación que cree en sus posibilidades y está sacudida de oxidados tópicos. Una generación que apuesta por luchar en casa cuando más frontales son los vendavales de la crisis. Que voltean el velamen para aprovechar los caprichos de la naturaleza como si fuera lo más lógico. Sin quejas, sin lamentos. Y con el regocijo del trabajo bien hecho y la íntima satisfacción del reconocimiento. Sirvan estas líneas para que, desde el recuerdo del joven Santos, como arquetipo gremial, aplauda el esfuerzo callado y sacrificado de los bares y restaurantes de Sigüenza. Nos empeñamos en criticar sus posibles defectos sin saber reconocer la evidencia de sus virtudes.
 
  La evolución de este sector es, sin duda, de los más notables en los tiempos que nos revuelven. Hablo de los nuevos establecimientos y de los clásicos. Entre unos y otros se han empeñado en situar a Sigüenza en alternativa gastronómica además de la inevitablemente turística. Es un propósito callado y silencioso, virtuoso, y que requiere todavía tiempo, pero que no tardará en recibir el premio justo a un esfuerzo innegable. Pero que sirvan también, ahora que conocemos que cada año 30.000 jóvenes españoles emigran a Alemania, que los hay también que deciden, a pesar de las dificultades, hacer de su país un proyecto de futuro.
 
  Exijamos a nuestros representantes políticos que perciban esa sensibilidad y no miren hacia otro lado. Santos optó por ser uno de ellos. Por lo más difícil; hacer del negocio de sus padres no sólo una forma de ganarse honradamente la vida, sino de convertir su oficio en una profesión cualificada, para disfrute de los demás. Su proyecto personal se ha quedado, trágicamente, en una cuneta. Pero su proyecto vital ha de encontrar su propio recorrido.