Segunda vuelta

03/06/2023 - 15:54 Jesús de Andrés

Es de suponer que la decisión de adelantar los comicios es fruto de un cálculo racional y no de un impulso irreflexivo, que tuvo el beneplácito de sus asesores y que descartó otros posibles escenarios por ser peores aún.

Habrán oído más de una vez la sentencia de Sun Tzu, aquel militar de la antigua China que dejó por escrito su saber en un libro titulado El arte de la guerra: la mejor defensa es un buen ataque. Tras el pésimo resultado del domingo pasado, sobre todo contabilizado en pérdida de poder, en derrota en numerosas comunidades autónomas, diputaciones, ayuntamientos, cabildos y consejos insulares, a Pedro Sánchez se le anunciaba un camino de sufrimiento de aquí a diciembre, una cuesta arriba interminable en la que todavía podría perder más de lo perdido, sobre todo confianza y dignidad. Pero, lejos de asustarse, tirando del manual del superviviente que tanto lo define, decidió no dar ni unas horas a la celebración o al funeral de unos y otros e irrumpir anunciando el adelanto de elecciones que, aunque muchos digan que era la única salida posible, nadie supo ver.

Es de suponer que la decisión de adelantar los comicios es fruto de un cálculo racional y no de un impulso irreflexivo, que tuvo el beneplácito de sus asesores y que descartó otros posibles escenarios por ser peores aún. Si unas elecciones municipales hicieron caer a un rey en España, por qué no iban a hacer caer a un simple presidente de gobierno. Eso debió pensar Sánchez. Ante el temor al derribo, ni hablar de rendirse. Lo cierto es que los datos de las elecciones, pese a la enorme pérdida de poder que le han supuesto al PSOE (que se ha visto privado de varias comunidades autónomas, algunas muy importantes, como Valencia, Extremadura o Aragón, entre otras), no son resultado de una diferencia enorme de votos. Apenas 700.000 papeletas de ventaja ha tenido el PP sobre el PSOE, y eso a pesar de que el domingo se movilizó el electorado conservador mucho más que el de izquierda. Una derrota tan abultada, más allá de los errores del propio presidente del Gobierno, tiene más que ver con las consecuencias derivadas del diseño electoral y de la persistencia de Vox, quien, tras el hundimiento de los partidos surgidos como consecuencia del colapso del bipartidismo, es decir, de Podemos y Ciudadanos, ha encontrado, de momento, la fórmula para subsistir y hacerlo con fuerza.

Sin haberlo planificado así, las elecciones municipales se han convertido en una primera vuelta de las generales. La jugada, hay que reconocerlo, es maestra: sorprende a sus rivales de la izquierda, desconcierta a los de la derecha y reparte nuevas cartas. Desaparecido Ciudadanos, que ni tan siquiera se presentará, y desarmado Podemos, cuyo afán de enfrentamiento ha acabado con él, Pedro Sánchez quiere vender el relato del hombre sitiado, solo ante el peligro. Morirá en la plaza o volverá a renacer. Ya veremos.