Señorito Guerra
A estas alturas de la película y después de una dilatadísima trayectoria como "ocurrente oficial" de PSOE, Alfonso Guerra da muestras de una inepcia que se lleva fatal con esa imagen de persona instruida y elegante que siempre ha tratado de vendernos.
Sus "gracietas", sus cuchufletas y sus mofas, que tanto aplauso le valieron y tanto le auparon a lomos de un ingenio más prestado que suyo, se han vuelto con el tiempo frasecillas con malaje que hacen de su persona una caricatura de sí misma. Quizá lo fue siempre, pero supo disimularlo. Hoy, a falta de negros que le fabriquen buenos chistes, tiene que inventárselos el mismo y, claro, le salen deslucidos y groseros.
Su última chanza ha sido llamar "señorita Trini" a Trinidad Jiménez, usando en la frase una retranca con la que trata de mostrar por ella un menosprecio injustificado- no se sabe si a causa de su condición femenina o de clase- frente a quien debería ser una respetable y respetada compañera. Ha venido Alfonso Guerra a dar la nota disonante cuando todo el mundo, aunque muy probablemente, y en muchos casos, a la fuerza (cosa que tiene aún más mérito), había mantenido un alto grado de respeto tras estas pasadas elecciones primarias del PSOE.
El ex Vicepresidente del Gobierno ha saltado a la palestra para decir lo que todos sabíamos que iba a decir: que en ningún momento ha tratado de ofender a la ministra y que la palabra señorita es, según la Real Academia Española de la Lengua, un término de cortesía que define a la mujer soltera. Pero el sabe que, al pronunciarla, se refería a otra acepción del diccionario: la de, "amo con respecto a los criados".
En Andalucía, eso lo conocen muy bien tanto Guerra como Trinidad Jiménez, el término señorito tiene profundas connotaciones clasistas que casan muy mal con la condición socialista de ambos. Por eso, más incluso que por su evidente tufillo machista, el señor Guerra debería pedir disculpas públicas y sin paliatorios a su compañera, a sus compañeros de partido y a las mujeres en general.
A quien presumiera de haber descubierto a Gustav Malher, para deleite de los torpes e ignorantes oídos del vulgo, e hiciera gala de su especialísimo sentido de la estética y la sensibilidad, esta nueva ocurrencia ha venido a ponerle en su sitio: el de la zafiedad, el mal gusto, la deslealtad y la descortesía.
Es cierto que los españoles no sabemos el enorme sacrificio que hace el señor Guerra, permaneciendo en un escaño que le incomoda, cuando su verdadera vocación es la de ser maestro de escuela. O, quien sabe, quizá tiene una cierta envidia del señorito que emerge a veces de su inconsciente como un acto fallido.