Seréis mis testigos

14/04/2012 - 00:00 Atilano Rodríguez


  Los evangelios nos presentan a los apóstoles abatidos y asustados como consecuencia de la muerte del Maestro. No habían entendido sus enseñanzas y por eso no dan crédito al testimonio de María Magdalena y de las piadosas mujeres, cuando les comunican que el sepulcro está vacío. En la tarde de Pascua, el mismo Jesús tendrá que echarles en cara a los Once “su incredulidad y su dureza de corazón por no haber creído a quienes le habían visto resucitado” (Mt. 16, 14).


  A partir de los encuentros y las comidas con el Resucitado, los discípulos experimentan una profunda transformación interior. Rebosantes de alegría, reciben el don de la paz, vencen los miedos y asumen con gozo el cumplimiento de las Escrituras. Para disipar las posibles dudas de los discípulos y para ayudarlos a entender que no es un fantasma sino el mismo que había convivido con ellos durante los años de su vida pública, el Señor Jesús no duda en mostrarles las cicatrices de los clavos y la herida del costado.


  Este acontecimiento histórico de la resurrección del Señor Jesús, manifestación del poder de Dios y confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó a lo largo de su vida, dio lugar, desde los primeros momentos, a extraordinarios testimonios individuales y comunitarios por parte de muchos testigos. Los discípulos, cumpliendo el encargo de Jesús, no cesarán de anunciar, celebrar y testimoniar con gran valentía el infinito amor del Padre, que ha entregado a su Hijo por la salvación del mundo y que lo ha resucitado para que todos puedan heredar la vida eterna, si permanecen en comunión con Él y con sus enseñanzas.


  En este testimonio apostólico sobre la resurrección de Jesucristo y en la experiencia creyente de millones de hombres y mujeres a lo largo de la historia se fundamenta nuestra fe, la fe de la Iglesia. Ya, desde los primeros momentos, el apóstol Pablo deja claro que, si Cristo no ha resucitado, su predicación y nuestra fe no tendrían sentido.


  Si Cristo no hubiera resucitado, los cristianos estaríamos adorando, anunciando y dando culto a alguien que ha muerto y permanece en la muerte. Por eso, la Iglesia nos invita a invocar la poderosa intercesión de los apóstoles para que nos ayuden a permanecer en la fe: ¡“Guardadnos en la fe y en la unidad, vosotros, que estáis desde el principio en comunión con Cristo y con el Padre”! En nuestros días, todos podemos descubrir testimonios extraordinarios de sacerdotes, religiosos y cristianos laicos que, transformados interiormente por la meditación de la Palabra de Dios y por los encuentros sacramentales con el Resucitado, especialmente en la Eucaristía, dan testimonio valiente de su victoria sobre el poder del pecado y la muerte, aunque en ocasiones tengan que soportar el insulto, la persecución y la muerte.


  Que estos testimonios de tantos hermanos nos ayuden también a nosotros a convertirnos al amor de Dios, a superar el egoísmo y a confesar la fe en el Resucitado con palabras y obras. Jesucristo ha muerto y resucitado por todos y para todos. El es nuestra esperanza y nos invita a ser testigos de esperanza en cada instante de la vida. Con mi cordial saludo, feliz día del Señor resucitado.