Sigüenza y Juan Huarte de San Juan

22/02/2020 - 13:06 Javier Sanz

Hemos visto su retrato, en relieve, en el parque de la Taconera, de Pamplona como también las calles rotuladas con su nombre en numerosas localidades. Falta Sigüenza”.

idad que coincidiera en el tiempo la explicación a mis alumnos de la Facultad de Ciencias Sociales de Cuenca sobre la regulación penal de la inducción y auxilio al suicidio con la toma en consideración en el Congreso de la proposición de ley de la eutanasia. Y si en los dos foros hubo debate, el tono y el contenido de ambos fue muy diferente: el académico se mantuvo en el ámbito jurídico y del respeto a las personas y las ideas. El otro, bronco y banal, cuando no impertinente, en la mayor parte de los contenidos. Y esto es grave, porque es el valor de nuestros principios y valores como sociedad lo que está en juego y es la única medida de la humanidad de nuestras leyes; porque parafraseando al Machado más quevediano, sólo el necio confunde valor y precio. 

De lo que se trata es de defender el derecho a la vida, a la libertad y a la dignidad humana. Son los tres derechos de los que se derivan y en los que se basan todos los demás. Y el derecho a la vida es un derecho absoluto y como tal, no se limita ni se interpreta a sensu contrario, porque de hacerlo damos cabida a la pena de muerte o a la insensibilidad con el suicidio. No hay vidas más valiosas que otras.

La eutanasia que se empieza a debatir estos días parte de la idea de que la vida del enfermo, del que sufre, no merece protección. Me dirán que es una exageración, pero ¿cómo se entiende que sólo se permita pedir la muerte al enfermo? No es una decisión que se base entonces en la libertad, porque sólo es para unos pocos. Pero es que además el derecho a decidir que esa vida no es digna de ser vivida no es fruto de una decisión personal más o menos discutible, sino de un legislador indiferente y demagogo que entrega esa terrible responsabilidad en manos de unos médicos que se convierten en árbitros del valor de la vida ajena. Se niega al suicida su “derecho al suicidio” a todos menos a aquéllos cuya vida está devaluada por la enfermedad. Una enfermedad que no hace “indigno” al hombre, pero que tampoco le hace más libre para decidir sobre su destino.

La proposición de ley de la eutanasia parte de una premisa tan terrible como su conclusión. Aparentando una emotividad piadosa con el que sufre le ofrece el regalo de la muerte. Esta es la perversión de la reforma. No se trata de construir un derecho a morir con dignidad, sino a ser matado como y cuando lo determina el legislador; y esto es cuando la vida, según la ley, no merece la pena ser vivida.  

Es el valor de la vida, de cada vida, lo que me coloca en contra de la eutanasia. Es el único, gran argumento, porque todo lo demás es regateo vil.