Silencio de postres

29/09/2018 - 11:35 Antonio Yagüe

Cuentan que la última exquisitez es el sorbete de fresa con baba de caracol en lugar de agua. 

Una amiga, casada en el País Vasco, me decía cuando los “años de plomo” que en cenas veraniegas o navideñas salvaba las reuniones familiares hablando de niños y gastronomía. Desde hace unos años ocurre algo parecido cuando se sienta en la mesa algún pariente o conocido que habita en tierras catalanas y todavía españolas. Y más recientemente, cuando se toca cualquier tema de política nacional pero con miras aldeanas o partidistas. Incluso entre correligionarios.

  Lo de hablar de los niños, lo majos, listos y traviesos que son, daba más de sí hace años. Ahora es más complicado ante la sequía demográfica con  madres que rechazan tener hijos y abuelos condenados a no tener nietos. En esto, como dijo Umbral, todos vamos a hablar de nuestro libro. Y si no lo hay, mejor pasar página. Hablar de uno mismo queda viejuno, como de la mili entre hombres cuando ya no hay mili, o de  guateques y antiguos romances.

  Últimamente en varias comilonas, con expertos en la materia y buenos conversadores, he sabido que en épocas en que ni siquiera soñaban con cocinar con hidrógeno o liofilizar frutas, no faltaban en la mesa de ciudadanos como Marco Apicio (30 a. C) exquisiteces como las vulvas y las tetillas de cerda. Y de las famosas recetas de la cocina francesa, de la Sección Femenina, de las 1.800 de Simone Ortega y de las abundantes y sólidas comidas gallegas de la célebre escritora Emilia Pardo Bazán. Luego están las de la abuela o las de mi pueblo. Únicas.

Cuentan que la última exquisitez, con permiso de los hermanos Pérez del seguntino restaurante El Doncel, es el sorbete de fresa con baba de caracol en lugar de agua. Esta creación del chef italiano Alesandro Racca, tiene, según quienes la han probado en Turín, un ligero sabor a limón. También goza de propiedades curativas por su gran poder antioxidante y ayuda a mejorar las mucosas intestinales.

La comida es un tema inagotable. Pero debe hacerse también con tacto. No entrar, por ejemplo, en si los huevos han sido fecundados por gallo. En la última comida en mi pueblo una comensal los rechazó porque procedían de un gallinero “machista”. “Un gallo, solo con una gallina. Y si tiene más necesidades sexuales, que se masturbe”, defendió.