Sin culpabilidad


 La desigualdad entre mujeres y hombres es un asunto de carácter estructural y, por tanto, su desmantelamiento ni es fácil ni es corto, por eso me entristece que cuando más necesaria es la unidad de acción, nos encontremos ante un panorama tan abstruso.

Se va acercando el Día Internacional de las Mujeres, el emblemático ocho de marzo, y hemos de revisar, un año más, si los resultados de los estudios y análisis realizados doce meses atrás siguen vigentes y si los compromisos adoptados al respecto – trátese de la esfera de lo público o de la de lo privado, pues ambas se influyen recíprocamente- se han cumplido.

Me voy a atrever a responder, aunque, es justo reconocerlo, las respuestas no conlleven mucho riesgo de equivocación. A la segunda pregunta diría que no (siempre hay excepciones, lo sé) y a la primera que sí (vamos, que igual o peor). La desigualdad entre mujeres y hombres es un asunto de carácter estructural y, por tanto, su desmantelamiento ni es fácil ni es corto, por eso me entristece que cuando más necesaria es la unidad de acción, nos encontremos ante un panorama tan abstruso. Vayamos por partes.

Aunque hay quien cree que las manifestaciones feministas comenzaron en 2018, la realidad es que arrancan mucho tiempo atrás. Cada momento histórico con sus propias reivindicaciones, pero siempre con esto último, con reivindicaciones. Los bailes, las batucadas y las consignas de hermanamiento entre las mujeres están muy bien, pero sus propósitos no se pueden volatilizar al dejar la pancarta, como tampoco restringirse a las organizaciones convocantes y afines.

La acción política es intrínseca al feminismo -por cuanto cuestiona la posición subalterna de las mujeres en la sociedad y el acceso de las mismas a los bienes democráticos (incluyamos en estos aquellos de carácter social, económico, cultural, etc.)-, que se fundamenta en hondas raíces filosóficas que interpelan a todos los ámbitos de la vida, como es el trabajo, la familia, la naturaleza o el poder.

Creo honesto expresar, y bien que siento que deba ser así, que este año no acudiré a ninguna manifestación. No es por falta de ganas o por miedo a la reacción de la ultraderecha, sino, sencillamente, por responsabilidad. Hoy en día hay muchas maneras de dar recorrido a nuestras reivindicaciones en el espacio de la ciudadanía, al tiempo que, como otros años, podemos hacer notar la importancia que tienen los cuidados que prestamos gratuitamente en nuestros hogares, los cuales, por cierto, estamos deseando compartir al cincuenta por ciento con nuestros compañeros.

Sin embargo, no me parece bien que ya se esté criticando a las mujeres que han anunciado que van a manifestarse, del mismo modo que también lo han hecho los taurinos, negacionistas, cazadores y otros colectivos en la defensa de sus intereses. Lo que ocurrió el año pasado, acusando a las manifestantes del «8-M» de desatar la pandemia en nuestro país, me parece una imputación maliciosa que ha se caído por su propio peso viendo lo sucedido desde entonces tanto en España como en el mundo.

Por ello, volviendo a la acción política a la que he aludido unos párrafos antes, considero que esta es más necesaria que nunca. Y digo acción política, no politiquería de escaparate. Acción política para que en las manifestaciones y en los actos públicos no se señale, separe ni increpe a ninguna mujer por su adscripción ideológica; acción política para luchar todas las que lo deseen en contra del patriarcado; y acción política para volver a poner los problemas de la agenda feminista aún no resueltos en el centro de las reflexiones, decisiones y tiempo para las mismas: violencia de género, brecha salarial, sistema prostitucional, vientres de alquiler, discriminación múltiple e interseccionalidades, escasa corresponsabilidad, etc.

Por si fueran pocos los obstáculos hacia la igualdad, últimamente ha surgido un nuevo desafío, el de la llamada ley trans. Aunque por mi trayectoria pienso que no debiera ser necesario justificarme al respecto, que conste (por si acaso) que no estoy en contra de las personas trans y tampoco de la legislación LGTBI, pero sí de este borrador de anteproyecto de ley.

Las mujeres llevamos más de trescientos años luchando por hacernos visibles, de manera que no parece razonable que desde instancias supuestamente feministas se nos quiera «borrar» a través de la negación de la existencia del sexo como una realidad biológica tangible y del género como una construcción social opresora. Los derechos de un colectivo, sin duda muy legítimos, no pueden construirse a costa de derribar los de la mitad del mundo, por muy modernos (postmodernos, diría yo, confundiendo deseos con derechos) que quieran presentarse. 

Ojalá que en 2022 volvamos a salir a las calles como símbolo de la lucha diaria por la igualdad y que además, y este ya es un deseo quizás más personal, salgamos centradas en aquellas cuestiones mollares para seguir avanzando.