¿Sin Gobierno o sin sociedad?

26/06/2011 - 00:00 Francisco Muro de Íscar

 
Empieza la semana del debate sobre el estado de la nación. La nación es España, toda España. La España de las nuevas autonomías donde los electores han barrido al PSOE, la España de Bildu, la de los recortes sociales, la de los casi cinco millones de desempleados, la del 15-M pacífico y violento, la de los empresarios y los sindicatos incapaces de ponerse de acuerdo y de vivir de los presupuestos, la de un Gobierno que no gobierna, la de una oposición que avanza sin programa, la de la corrupción política que no resta votos, la España de la Izquierda Unida extremeña que acaba dando el poder al PP porque no se fía más del PSOE, la de una Cataluña en bancarrota y la de un PNV que prefiere dar el poder a los proetarras que compartirlo con el PP y el PSOE.

   Decía hace poco José Blanco -¿por cierto, que fue del ministro, dónde se quedó su permanente presencia, su crítica mordaz, sus planes?-, que "la historia acabará haciendo justicia al presidente del Gobierno". Eso debería tenerlo en cuenta quien ha sido el peor presidente de la democracia, a larga distancia de cualquiera de sus antecesores. Tengo escasas esperanzas de lo que resulte del debate. Algo tan importante como eso nos lo podíamos evitar porque no se va a hablar de estado de la nación ni de las medidas que hay que tomar juntos sino de la vieja inútil y estéril pugna entre Zapatero y Rajoy.

   Pero podemos echar la culpa a los políticos, que la tienen, o hacer algo más. Dice Ortega en su "España invertebrada" que es erróneo pesar que las enfermedades nacionales son en efecto enfermedades políticas. Y añadía que la situación -entonces, tal vez ahora también- no está en la política sino en la sociedad. "Se oye hablar a menudo -escribía- de la "inmoralidad pública", y se entiende por ella la falta de justicia en los tribunales, la simonía en los empleos, el latrocinio en los negocios que dependen del poder público. Prensa y Parlamento dirigen la atención de los ciudadanos hacia esos delitos como la causa de nuestra descomposición. No dudo que padezcamos una abundante dosis de inmoralidad pública..." pero "que una sociedad no sea una sociedad es mucho más grave".

   El viejo filósofo sigue teniendo razón ayer y hoy. Necesitamos una sociedad fuerte, activa, crítica, organizada, no de acampadas. Y unos políticos que escuchen a la sociedad real, que abandonen las viejas querellas partidistas y propongan acuerdos y pactos para salir de la crisis. Otra forma de hacer política. Este Estado social y de Derecho, una de las grandes conquistas del pasado, del que se benefician los que lo denuncian, necesita políticos con mensajes nítidos, con capacidad de tener el Estado en su cabeza, capaces de pactar en situaciones de emergencia y una sociedad que deje de lamentarse, se organice y levante la voz. Es la hora del pacto inteligente. No somos Grecia, pero podemos llegar a serlo.

  

  

   .

 

  

  

   .