Sin mirar atrás
01/10/2010 - 09:45
El comentario
Fernando Almansa, Periodista
Mientras navego a bordo de un viejo taxi, por las ocupadísimas calles de Nueva Delhi, miro con asombro, admiración e igual dosis de miedo, la conducción terrible de esta ciudad.
Como en tantas otras ciudades de India, en Delhi se conduce de una manera frenética, precisa, apretada e igualmente insegura. Estoy convencido de que los indios tienen un sentido especialmente desarrollado de la dimensión espacial, un sexto sentido espacial, y ello les habilita para conducir con una milimétrica precisión, esquivar peatones y ciclistas en el último segundo y bandearse sin mayor problema de extremo a extremo de la calle, creando complejos trenzados automovilísticos entre unos y otros.
En esta ciudad de dieciséis millones de habitantes (¡la tercera parte de España en una ciudad!), coches viejos y nuevos, autobuses gigantes destartalados y rugientes, rickshaws a motor y a pedales, motos y bicicletas, comparten en apretada densidad las calles entre las que los peatones cruzan como si fueran inmunes al atropello.
Intento averiguar el secreto de tan compleja y sofisticada conducción, más similar al vuelo de bandadas de pájaros, que sin chocarse jamás vuelan al unísono y realizan quiebros complejos como si de un sólo ave se tratara.
Observo, que además de la mencionada habilidad espacial de los indios, hay algunas reglas esenciales. Mi compañero de viaje me confirma que la regla de oro es no preocuparse de los que vienen detrás, sólo estar pendiente de lo que ocurre al frente y hasta donde alcanza la vista por el rabillo del ojo. La otra gran regla es anticiparse a los movimientos de los demás, una especie de telepatía profética aplicada al campo de la conducción.
Y compruebo con estupor que la regla de no mirar atrás, es algo más que una recomendación. Observo que un gran número de vehículos llevan sus retrovisores externos plegados, total sus conductores no los usan y además les permite ganar unos valiosísimos centímetros para colarse en los túneles espaciales que los embotellamientos generan de tanto en tanto.
Pienso que quizá esta regla de conducción sea algo más. Quizá sea toda una filosofía de vida; porque mirar atrás, provoca en mucha ocasiones pánico, distrae del objetivo a alcanzar siempre al frente, y probablemente genera más miedo que entusiasmo.
No me atrevo a conducir mi coche sin retrovisores ni recomiendo a nadie que lo haga, pero si pienso que conducir la vida con menos atención a los retrovisores y más hacia el frente, puede ser una buena pauta vital.
En esta ciudad de dieciséis millones de habitantes (¡la tercera parte de España en una ciudad!), coches viejos y nuevos, autobuses gigantes destartalados y rugientes, rickshaws a motor y a pedales, motos y bicicletas, comparten en apretada densidad las calles entre las que los peatones cruzan como si fueran inmunes al atropello.
Intento averiguar el secreto de tan compleja y sofisticada conducción, más similar al vuelo de bandadas de pájaros, que sin chocarse jamás vuelan al unísono y realizan quiebros complejos como si de un sólo ave se tratara.
Observo, que además de la mencionada habilidad espacial de los indios, hay algunas reglas esenciales. Mi compañero de viaje me confirma que la regla de oro es no preocuparse de los que vienen detrás, sólo estar pendiente de lo que ocurre al frente y hasta donde alcanza la vista por el rabillo del ojo. La otra gran regla es anticiparse a los movimientos de los demás, una especie de telepatía profética aplicada al campo de la conducción.
Y compruebo con estupor que la regla de no mirar atrás, es algo más que una recomendación. Observo que un gran número de vehículos llevan sus retrovisores externos plegados, total sus conductores no los usan y además les permite ganar unos valiosísimos centímetros para colarse en los túneles espaciales que los embotellamientos generan de tanto en tanto.
Pienso que quizá esta regla de conducción sea algo más. Quizá sea toda una filosofía de vida; porque mirar atrás, provoca en mucha ocasiones pánico, distrae del objetivo a alcanzar siempre al frente, y probablemente genera más miedo que entusiasmo.
No me atrevo a conducir mi coche sin retrovisores ni recomiendo a nadie que lo haga, pero si pienso que conducir la vida con menos atención a los retrovisores y más hacia el frente, puede ser una buena pauta vital.