Singularidades míticas

29/02/2020 - 13:48 Antonio Yagüe

España es un país bastante homogéneo y los españoles somos mucho más parecidos de lo que nos pintan los estatutos de autonomía.

Los discursos políticos, infectados por el coronavirus catalán, se han desmadrado últimamente con los hechos diferenciales. Parten de que vivimos en un país diverso y pluralísimo y llegan al esperpento de la alcaldesa de Vic de no hablar en castellano a los forasteros (término de origen catalán) o población no autóctona. Amén de otros localismos en auge  (Teruel, León, Soria…) o teles autonómicas soltando los tarros de esencias de folclores y terruños.

Como viajero por España desde hace muchos años, cada día me reafirmo en que estas singularidades son un mito. Pudieron serlo hasta hace un siglo. Pero la modernidad y la globalización han sido implacables. Por mucho que algunos se empeñen, apenas se perciben barreras culturales, hechos o costumbres tan distintos que hagan intratables o extranjeros a sus ciudadanos.

España es un país bastante homogéneo y los españoles somos mucho más parecidos de lo que nos pintan los estatutos de autonomía. Sus ciudades y pueblos se asemejan en instituciones y costumbres. En todas partes comemos más o menos lo mismo, los ritmos urbanos son parecidos, y reina la discusión pública sobre los mismos tópicos. Hasta ciudades que presumen de élites nobiliarias y particularidades seculares tienen conflictos y se organizan como otras europeas de su tamaño.

Las mayores diferencias son siempre económicas, entre regiones y ciudades ricas y pobres. Pero como hay pobres en las ricas y ricos en las pobres, se equipara todo. Entre Guadalajara y Almería o Tarragona y Badajoz las diferencias son casi anecdóticas. Desde luego, ninguna frontera cultural. En lo esencial, se vive más o menos igual. Tienen trabajo, aunque de eso viven, los buscadores de distancias insalvables y eliminadores de semejanzas que nos hacen sentirnos como en casa en todos los rincones del país.

Comentaba hace unos días en Albacete con la actriz y amiga Teresa Olmo que ya resulta casi imposible comer o comprar algo original hasta en las mismísimas antípodas. Incluidas las singulares navajas albaceteñas. Cuando José Bono era presidente salió en defensa del sector cuchillero, ante el veto comunitario a llevarlas encima, regalándolas a cientos para reivindicar que formaban parte de la idiosincrasia castellano-manchega, ancestral, rural o urbana. Se descubrió que estaban fabricadas en China. No cortaban igual, pero eran baratas y dieron el pego. A caballo regalado... Muchos ni se enteraron.