Soledades

06/10/2018 - 13:54 Antonio Yagüe

Dice el censo que el partido de Molina tiene 8.241 habitantes.

Todavía se contempla verde el fondo de los valles, la orilla de los meandros de los ríos, los pinares y algunos montes. Los amaneceres se han empapado de rocío y el solano refresca las rojizas puestas de sol. La soledad empieza a calar hondo entrecortada por el chorro bullicioso de viejas fuentes, chopos que al viento se desperezan o misteriosos anocheceres en el sabinar.

Dice el censo de 2017 que el partido de Molina de Aragón tiene 8.241 habitantes. En invierno no llegan a la mitad, ni al doble en verano. La despoblación se despeñó desde 1950 cuando todavía eran 30.803. Buen número de casas están hoy en ruinas y otras vacías. Se abren cuatro días de agosto, quizá para airear vibraciones, ilusiones y penas de antepasados que sobreviven en su interior.

En esta España cada día más descreída, la iglesia ya es solo la casa de las palomas, las calles no ven pasar a casi nadie, jóvenes no hay, el consultorio abre una vez a la semana y en las antiguas escuelas hoy sirven botellines y vino. El bar del pueblo es el único hacedor de comunidades cohesionadas. Allí se reúnen tras el trabajo, aún con el mono de faena, los parroquianos de siempre. Al fondo, la televisión desgrana el mundo futbolero, sucesos truculentos, el tiempo o el insufrible ‘conflicto nacionalista catalán’.

La matraca del ‘procés’ y el 1-O apenas suscitan ya comentarios. El año pasado se colocaron banderas nacionales. Ahí siguen, decoloradas por heladas y  soles. La política se vive como la religión, con distancia y sin apasionamiento. Una realidad que contrasta con lecturas e interpretaciones de politicastros y tertulianos de cobro de choques de nacionalismos opuestos, entre la progresista y opulenta Cataluña y la España anclada en el franquismo.

La tierra molinesa, culpabilizada como toda Castilla, desprovista de orgullo y de una identidad que no añora, sigue escribiendo silenciosa su historia de éxodo. Y aunque el reto demográfico se presenta a la cabeza de todos, está fuera de la agenda de caciques electos de medio pelo. Solo cuando llegan elecciones se acercan en caravana desde la capital provincial con subvenciones limosneras.

Los que quedan se reúnen en los bares que aún resisten. Solo ellos sostienen a los pueblos vaciados. Afuera duele la soledad y hasta el silencio.