Solo siento odio

01/10/2010 - 09:45 Hemeroteca

Urra infancia
JAVIER URRA, PSICÓLOGO INFANTIL
“Progenitores, maestros, sociedad en general hemos de preocuparnos por el estado espiritual y mental de niños y jóvenes”.
En un año hemos sido –todos-, el objetivo del rencor reconcentrado de tres jóvenes. Pekka-Erik Auvinen el 8 de noviembre de 2007 asesina en su instituto en el pueblo de Tuusula (Finlandia) a 8 personas, luego se suicida de un disparo en la cabeza. Su matanza había sido anunciada en un vídeo colgado en You Tube, donde sosteniendo firmemente la pistola nos vomitaba “sólo siento odio” y “nadie debería quedar vivo”. Contaba 18 años.
16 de Abril de 2007. Cho Séung Hui otro estudiante, este de 23 años de Corea del Sur asesina en la Universidad Politécnica de Virginia a 33 personas y deja heridas a otras 20. Se inspiró para su aberrante actuación en el film “Old boy”. Grabó con anterioridad su rostro mimetizado en arma, ojo y cañón son la misma cosa, dejó dicho “habéis decidido derramar mi sangre”.
23 de Septiembre de 2008, instituto de formación profesional de Sydbotten (Finlandia), entra Matti Juhani de 22 años, lleva ropa negra y pasamontañas, dispara y mata a diez compañeros, deja bastantes heridos, provoca un incendio quemando varios cuerpos. Se suicida. Había grabado en un foro de internet minutos antes del ataque “Masacre en Kauhajoki”. En su página web en internet, se le podía ver como apuntaba con su pistola a la cámara y disparaba. También en You Tube existían varios vídeos en los que hacía prácticas de tiro. Había sentenciado “tú serás el próximo en morir”. Apreciamos las coincidencias: Tres jóvenes varones de 18 a 23 años. Amantes de las armas, con fácil acceso a las mismas (en sus países se pueden conseguir desde corta edad). Que realizaron sus masacres vestidos con ropas de guerra, guerrilla o con una leyenda en el niqui despreciativa. Los tres asesinaron en el lugar donde estudiaban –por tanto a compañeros-. Llevaban la decisión de suicidarse pero antes sembrar de víctimas su final. Los tres habían grabado y transmitido sus amenazas. Imitaron películas o utilizaron apodos inspirados en letras de grupos de “heavy metal” (Sturmgeist89; Wumpscut86).
El efecto contagio está constatado. La sensación de impunidad que traslada la red, permite que mentes solitarias, con pensamientos tóxicos, contaminantes, de recelo, claramente paranoicas, se sientan agrupadas en un objetivo: Alcanzar la efímera fama matando, ser portada por un día en todos los telediarios del mundo (no se olvide que son ególatras).
Un odio visceral, instintivo, contra todo, contra todos, contra uno mismo, contra los demás carcome el cerebro de estos degustadores anómalos de violencia que se recrean haciéndolo saber de forma mediática y anticipando su repercusión
En el mundo somos muchos y obviamente algunos están desequilibrados, interiorizan una vivencia negativa de las intenciones ajenas, se recrean en el victimismo paranoide, hasta que un día incitados por la imitación, sostenidos en las imágenes de otros que les antecedieron pasan a engrosar el número del batallón de justicieros.
Siempre habrá jóvenes que se sientan mal, que generen día a día, mes a mes la convicción de que no sirven para nada que no se les valora, que son despreciados, conformando una inicial depresión reactiva con tintes violentos que se satisface en el placer de la venganza.
Generar jóvenes con un pensamiento autocortocircuitado, carentes de ideales, faltos de esperanza, amantes de los pensamientos tanáticos, que ven el mundo en negro, con consumos de alcohol y otras drogas, que no han recepcionado o han sido refractarios al apego y cariño de los padres, nos sitúa ante una angustia vital sin salida. Progenitores, maestros, sociedad en general hemos de preocuparnos por el estado espiritual y mental de niños y jóvenes, hemos de darles una razón para vivir, para querer, para quererse.
Quien es profundamente infeliz lo aprecia más, allí donde impera la felicidad, por eso matan a los suyos (de su instituto, de su universidad), en países avanzados, pero que se olvidan de que un arma no sólo es un riesgo en manos de un desequilibrado, sino que su sola tenencia puede desequilibrar a alguien desajustado, cuanto más a un joven que desborda adrenalina y estima como solución el paso al acto.