Sucedáneos de la democracia
El ciudadano convertido en magnitudes numéricas y en porcentajes.
La matemática social fue empleada mucho en la Revolución Francesa y justificada por Marie Jean Antoine Nicolás Caritat, el Marqués de Condorcet (1743-1794) y llevada a la Asamblea Legislativa constituyente de la que era miembro y diputado. Desde entonces, esta teoría del matemático, filósofo y político Condorcet ha desencadenado un interés en el derecho político y electoral por la relación entre matemática y opinión pública. Es muy difícil cuantificar el parecer de los ciudadanos en sus preferencias políticas y electorales. Los que hoy desentierran el discurso de la democracia directa frente a la democracia representativa haciendo o reduciendo la conciencia o la soberanía popular a una tabla estadística, podían muy bien (irónicamente) prescindir de los procesos electorales y dedicarse a sondear y conocer las preferencias de los electores mediante encuestas y porcentajes de voto o escaños. Habrá programas informáticos al efecto. Nos ahorraríamos, además de los gastos de las campañas electorales, estar pendientes o preocupados de la doctrina de Rousseau sobre la voluntad general, la soberanía popular y el contrato social que supone la democracia.
El paso o el uso de las matemáticas y el cálculo aritmético integral en política lleva consigo un gran problema moral debido a su manipulación, falta de independencia y falsedad de datos. Podemos hablar de instrumentos sucedáneos de la democracia y no de métodos auxiliares de conocimiento. La reconstrucción racionalista de la sociedad y de la soberanía del pueblo no pasa por el uso abundante e indiscriminado de estudios de campo, peguntas (“Umfrage” dicen los alemanes) encuestas y porcentajes de opinión. La conciencia humana es muy difícil de cuantificar porque es un fenómeno de juicio, convicción y libertad. La ley de la probabilidad falla cuando la mayor probabilidad es la libertad humana. En el análisis y la observación científica, al lado de las constantes hay que colocar las variables que lo descolocan todo. Tratamos con personas, no con números. Democracia mecánica o virtual en un continente digital. Las conciencias y las voluntades se reducen a magnitudes numéricas. Las mayorías por descarte o eliminación significativa de las minorías. El ciudadano convertido en magnitudes numéricas y en porcentajes. No existen las personas sino los índices o los grupos de electores. En el futuro, las elecciones pueden hacerlas los institutos de opinión, los medios de comunicación o las encuestas telemáticas realizadas desde casa. ¿Habrá que habilitar o legalizar el voto por correo electrónico? No se necesita reflexión o racionalización alguna para elegir a candidatos que nos representen. Que nos den un número en la lista (no la lista misma) si ningún perfil social o moral del candidato. Al fin y al cabo, la soberanía popular se reduce a la masa, al cuerpo electoral, lo llaman algunos. Esta pérdida de conciencia personal en los procesos democráticos va en aumento cada día.