Suerte amigo
15/12/2013 - 00:00
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Recibo un correo de María José Manteiga, antigua compañera del Ya, ahora en Antena 3, con una foto adjunta en la que aparece Javier Espinosa charlando animadamente conmigo y este mensaje: confiemos en que salga pronto de ese puto infierno y podamos reunirnos con él de nuevo. La foto nos la hizo cuando Javier Espinosa acababa de regresar de Libia y se sumó al encuentro de excompañeros del periódico con el brazo derecho en cabestrillo, por culpa de un frenazo del conductor que había contratado al intentar sortear las bombas en Sirte, la ciudad natal de Gadafi. Recordamos, una vez más, los viejos tiempos. Me contó que su primer hijo lloraba desconsoladamente cuando quiso cogerlo en brazos después de varios meses sin verlo. También me comentó que Mónica, su mujer, era feliz en Jerusalén, alejada temporalmente de las zonas de conflicto, y que tenían previsto fijar su residencia en Beirut por razones logísticas.
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 Testigo de la barbarie humana durante los últimos veinte años, Javier Espinosa es, desde el pasado 16 de septiembre, rehén del Grupo Estado Islámico de Irak y Siria. El peligro es evidente. Pero está acostumbrado a convivir con el riesgo, a jugarse el tipo para contar historias que jamás se podrían conocer sin profesionales tan comprometidos como Javier. Ha recibido un montón de premios, entre ellos el Manu Leguineche que convocaba la Diputación Provincial de Guadalajara, pero huye del protagonismo. En enero de 1999, después de haber sido liberado por guerrilleros de Sierra Leona aficionados a mutilar y matar a los que consideraban sus enemigos, le ofrecieron escribir un libro contando su experiencia y no quiso. Javier Espinosa se inició en el periodismo haciendo información de televisión y radio con quien suscribe, pero una visita a los Balcanes a principios de los noventa le cambió el destino. A partir de entonces, en lugar de ir a Prado del Rey y Torrespaña, se fue a Sudáfrica, Ruanda y Costa de Marfil. A partir de entonces, como ha subrayado el director de El Mundo, encarna la cara más digna del periodismo. Espinosa sabe que la barbarie humana no tiene límites, pero que sería más horrible si nadie la denunciara. Un fuerte abrazo, Espinete, y vuelve a casa por Navidad.