Tatuajes

31/10/2019 - 12:44 Jesús de Andrés

Hoy va tatuado hasta el Tato.

Hace apenas unos años los tatuajes eran cosa de marineros, soldados rasos y gentes de mal vivir. Anclas y amores de madre en tintas azuladas que perdían fuerza con el tiempo, promesas impresas en la piel con ese plus que tiene aquello que causa dolor. “Mira tu nombre tatuado en la caricia de mi piel, a fuego lento lo he marcado y para siempre iré con él”, cantaba la Piquer en Tatuaje, aquella copla imperecedera de Valerio, León y Quiroga que daría también nombre a una novela de Vázquez Montalbán.

Hoy va tatuado hasta el Tato. Marcar la piel ha sido un elemento ritual para numerosos pueblos primitivos. Suponía el fin de la niñez, el acceso a la juventud o cualquier transición que implicara un ritual de paso. Hoy en día hay más de 3.000 salas de tatuaje sólo en España. Lo que comenzó siendo una forma de definir una personalidad propia, alejada de las tendencias sociales, ha acabado siendo -como le ocurre casi siempre a la moda- una forma de gregarismo, de integración, de necesidad de pertenecer al grupo. Es cierto que, como bien señala Bauman, en tiempos en los que nada perdura, donde la novedad es lo que prevalece, en momentos “líquidos” en los que hay aversión al compromiso por la dependencia que provoca, en estos tiempos modernos el tatuaje es símbolo de lo que no perece, algo que uno se graba para siempre. O para casi siempre, porque si hay algún negocio con futuro ese es el de borrar tatuajes pasados de moda o con los que sus propietarios ya no se identifican.

La moda de los hípster, que con sus refinadas barbas han venido a salvar al sector de las peluquerías masculinas, la de las operaciones de cirugía estética, que se han convertido en el gran negocio ligado a la apariencia física, y sobre todo la de los tatuajes, han seguido el mismo recorrido que el de la moda juvenil: una disputa entre la individualidad que reivindica la libertad de ser uno mismo y el sometimiento al grupo, que controla la aceptación conforme a sus cánones; entre la identidad y la pertenencia a la comunidad. Los más jóvenes son quienes más se tatúan, pero el fenómeno alcanza ya a todos los sectores de edad. La búsqueda de la eterna juventud tiene un precio, y muchos lo pagan tintando su piel con colores y dibujos de todo tipo. Pero, como ocurre con todas las modas, por mucha fuerza que tenga ahora mismo, llegará un día en que la juventud se revelará contra una sociedad toda ella tatuada y lo rebelde será no llevar un tatuaje ni un piercing ni nada que se le parezca. Deben pasar varias generaciones, claro. Yo, a la espera, resisto. Algún día iré a la moda, como los más jóvenes.