Tejera Negra

31/08/2019 - 15:57 José Serrano Belinchón

Se dice, y es verdad, que el hayedo de Cantalojas es por su situación el más meridional de Europa.

Ya en el siglo XIII aparecen referencias sobre este privilegiado paraje de la provincia de Guadalajara en el libro “La Montería”, cuando Alfonso X, cronista y rey de Castilla, nos dejó escrito que “Texera Negra es boen monte de oso et de puerco en todo tiempo”. Hoy no es exactamente así. Tejera Negra no es tierra de osos, sí de jabalíes, como casi todo el centro de España, aunque sólo sea por guardar la forma y por respeto al viejo cronista.

Se dice, y es verdad, que el hayedo de Cantalojas es por su situación el más meridional de Europa, junto al de Montejo de la Sierra en la provincia de Madrid. Las hayas como especie no existen a partir de allí, en dirección sur. Se trata de árboles voluminosos en estado adulto, de madera estimable, corteza color gris, exclusivo de tierras altas, húmedas y frías, como lo son en particular aquellas de nuestra Sierra Norte. Tejera Negra,  no sólo cuenta con el encanto de sus hayas, para mi uso prefiero el paraje todo en donde nacen y se desarrollan. Resulta un gozo inenarrable respirar por aquellas alturas el aire limpio de las montañas. Por sus suelos, cunde junto a la maleza la estimada galuga, dando lugar a retazos de tapiz de un verde real muy llamativo. Con frecuencia, los vientos que bajan de La Buitrera, impactados de nieve, balancean el desnudo ramaje de los árboles. Cuando a mediados casi del otoño, las hayas se encuentran pomposamente revestidas, es una impresión sedante y confortadora la que ofrecen las bisas serranas al chocar contra las hojas y contra las cápsulas ocre de los hayucos.

       Es ciertamente consolador acercarse a Tejera Negra con todo el respeto que merece el campo. El hayedo se va envejeciendo, y morirá si no se le cuida. Salteados como aprendices de árbol, van saliendo por entre los troncos de las hayas viejas los renuevos de la especie, como garantía de continuidad si el hombre no se obstina en impedirlo. El tintineo incesante de las esquilas de las reses vacunas, suena por las vaguadas del entorno. Los buitres y otros animales de presa, merodean por entre los claros de azul que dejan las nubes describiendo círculos. No te extrañes si al caminar por aquellas soledades de naturaleza virgen, te cruzas con algún cervatillo o con algún corzo bebiendo en el arroyo; saldrá de estampida por entre los pinos y las hayas, apenas se dé cuenta de que alguien se acerca a interrumpir el apacible ritual de sus horas de pasto. Hermoso, verdad?  Un regalo de la Naturaleza con antigüedad de siglos, que sólo el hombre sería capaz de acabar con él.