Testigos de la Palabra

22/08/2012 - 00:00 Atilano Rodríguez


  Jesucristo, el enviado del Padre, vino al mundo para liberarnos del pecado, para comunicarnos la vida divina y para ofrecer la salvación de Dios a todos los pueblos de la tierra. Conscientes de que esta Buena Noticia no era solo para unos pocos, los primeros cristianos, además de escucharla y meditarla en sus celebraciones litúrgicas, sienten la urgencia de decirla y de comunicarla a todos con el testimonio de las obras En nuestros días todos los bautizados hemos recibido el encargo del Señor de comunicar la Buena Noticia a nuestros hermanos. Para ello es preciso que despertemos del letargo y del conformismo religioso en el que a veces vivimos. Como el apóstol Pablo y como los grandes evangelizadores debemos experimentar la urgencia de comunicar a nuestros semejantes estas palabras de vida eterna que hemos recibido por pura gracia.

  La misión de evangelizar no puede ser nunca algo opcional para los cristianos, pues el Dios en quien creemos es el Dios que quiere salvar a todos los hombres. Partiendo de esta convicción, debemos salir de nosotros mismos y de las pequeñas preocupaciones de cada día para anunciar el amor salvador de Dios a nuestros semejantes. Los hombres de hoy, como los de otros tiempos, aunque no lo quiera admitir, necesitan a Cristo como la gran esperanza para vivir el presente y como la respuesta definitiva para afrontar el futuro de su existencia. Ahora bien, a la hora de salir en misión, como Cristo fue enviado por el Padre, hemos de tener muy presente que propiamente no somos nosotros los que salimos en misión, sino que es la Palabra la que nos mueve y la que nos empuja a salir al mundo y a entregar la vida a nuestros hermanos.

  No somos dueños de la Palabra, sino servidores de la misma. La única Palabra es la que nos purifica, ilumina y convierte a todos para que vivamos y actuemos como hijos de la luz. En nuestros días descubrimos oscuridades en los comportamientos personales y sociales, porque muchos prefieren las tinieblas a la luz. Si queremos que la luz de Cristo ilumine los ámbitos de la familia, de la cultura, de la escuela, del trabajo y de los restantes sectores de la vida social, es necesario que todos nos dejemos interpelar por la Palabra, acojamos la llamada a la conversión y permanezcamos en la comunión con Cristo. Solo así podrá surgir una humanidad nueva. Vivamos el gozo del seguimiento de Cristo a partir de la escucha de la Palabra y no dejemos de salir al encuentro de los hermanos para ser testigos de la misma, defendiendo en todo momento el derecho y la libertad de las personas a escucharla. A la hora del anuncio no olvidemos nunca la intrínseca relación entre comunicación de la Palabra de Dios y testimonio de vida cristiano. De esta relación depende la credibilidad misma del anuncio.