¿Todavía podemos amar a la Constitución?

09/12/2010 - 00:00 Carlos Carnicero

 
La Constitución es la gran desconocida. Se habla de ella sin saber que contiene y se admira o se vitupera en función de prejuicios ajenos a su realidad. Los países grandes se han constituido sobre el respeto y la admiración a su Constitución. Quienes tenían pleitos insoportables con su pasado, como Alemania, han obviado la historia para establecer un patriotismo anclado en sus valores constitucionales. No importa lo que se fue, sino el compromiso que la ley establece con los ciudadanos y estos con la ley: de ahí nace la grandeza de un pueblo. En España hemos sido tan poco inteligentes como para establecer una relación con el pasado, sobre todo con la dictadura, que nos impide arrimarnos a la idea de una España constitucional, cuyos valores son la reafirmación del final de la dictadura y el principio de una pirámide que ha podido dar satisfacción a todas las reivindicaciones, incluida la España de las autonomías. Hay nacionalistas tan lerdos que presumen de querer que pierda la selección española de fútbol, reafirmando la idea de que para amar a su tierra tienen que odiar a España. Y no se dan cuenta de que lo que da origen a su autogobierno es precisamente la Constitución española. Es una tarea difícil porque la izquierda se equivocó en diagnóstico pensando que los nacionalistas periféricos iban a jugar con nobleza en la construcción del estado democrático y autonómico. Estos exigen cada vez más pero no se comprometen en nada: solo calibran las ofensas que reciben y no las que profieren. Un país puede vivir sin Constitución si tiene algún sistema alternativo de reconocimiento de sus valores esenciales. Pero España, una buena parte de España, vive envuelta en prejuicios del pasado que no se atreve a solventar. Para sobrevivir en este mundo globalizado necesitamos amar la Constitución. Lo que no está claro es si estamos todavía a tiempo.