Tolerancia cero

01/12/2018 - 12:28 Javier Sanz

Conviene pisar con botas de plomo el terreno minado del animalismo, evitando cantar, por ejemplo, el arte de la tauromaquia.

Nos hicimos mayores antes de que nos diéramos cuenta, tanto que estamos de vuelta y queda menos tramo por cubrir que el andado hasta la fecha. Ergo, deberíamos ser de nuestro tolerantes pues a estas horas poco nos va o nos viene cuando ya hemos vendido todo el pescado, al menos la mayor parte de la cesta. Descubrimos wasap y Facebook, y empezamos a reunir nuevos “amigos” y a cuadrar grupos recurriendo a los amigos desaparecidos en la juventud y hasta en la infancia que se dieron de bruces entre sí con aquellos chavales del pueblo, de la escuela, hasta de la mili. Estos inventos trajeron días de alegría cuando se compartieron recuerdos, no digamos si además se acompañaban de fotos. Incluso hubo quedadas en fechas clave como las que se avecinan, con el pastillero junto a la cucharilla de postre; la tertulia, naturalmente sobre la última analítica, cuando no sobre el tamaño de la próstata y sus efectos a media noche, bromas de cantina cuartelera sobre unas pastillas romboidales de color azul y, quien más quien menos, exhibición de fotos de los nietos.

La diplomacia duró lo que duran las confianzas. Se comenzaron a deslizar comentarios, propios o rebotados, de índole política y hubo que poner orden ante la perspectiva desde una u otra orilla, recomendándose abstenerse de abrir ese melón en el grupo pues incluso se había producido alguna baja. Pasó lo mismo cuando desfiló, con educación, algún asunto religioso, optándose también por obviarlos dentro del grupo ya que podía rozar sensibilidades diferentes. Últimamente, más para los varones, se prefiere que los discursillos de medio pelo sobre el fútbol, el nexo de los infantes del tardofranquismo, se ignoren, dado que cierto equipo abrumadoramente mayoritario no pasa por buen momento y su antagónico, localizado en cierta región y tenido por santo y seña de ciertas posturas separatistas, le va restando algunos títulos, aunque no el cáliz europeo. Por último, en otro de los grupos, conviene pisar con botas de plomo el terreno minado del animalismo, evitando cantar, por ejemplo, el arte de la tauromaquia, pues de inmediato empieza a chorrear de sangre bárbara el móvil, proveniente de sesgadas colecciones de imágenes bien empaquetadas en las que el toro agoniza elevado a la condición de mártir del santoral.    

Se ha instalado, quién lo diría a estas alturas, la tolerancia cero. Resulta que entre el poco pescado que quedaba por vender quedaban algunas pirañas que no hemos sabido, tal vez querido, despachar de la cesta. Es, vía iPod, la condición humana en un lienzo bien pixelado, pero no supura maldad, que ya no hay fuerza ni para idearla, sino hipersensibilidad. De ésta, mientras nos apagamos irremediablemente, no hay dios que nos libre.