Tráfico de competencias

12/11/2018 - 11:42 Jesús Fernández

Sigo sin entender la democracia como concierto de intereses más que como coincidencia de ideas o de valores.

Llevamos  unos años en los que la política consiste en la cesión o concesión de competencias del Estado a las Comunidades muchas de las cuales se usan para luchar contra el mismo Estado que se las ha transferido. ¿Para qué lo llaman democracia si sólo es hacer concesiones? La democracia imaginada es más grande que la democracia real En esta política de debilidad del Estado hay concesiones sobre las que no se puede hablar, dialogar o negociar. ¿Para qué dialogar sobre algo que no se puede negociar o transferir? El Estado es algo más que los partidos. El Estado es aquello que queda o permanece  después de desaparecer ciertos  grupos políticos. Hay que trascender a los partidos. La deriva territorial de nuestro Estado ha tomado unos derroteros peligrosos. El trazado de lo que piden ciertas  Autonomías es el siguiente: primero democracia, luego transferencias, a continuación paciencia y ahora independencia. Esta es la ruta de los separatistas. Y todo por la ambición  de poder y presupuesto. Se quedan con la democracia pero también con el dinero de todos.

Puestos a convertir la política en un mercado o mercadeo  se llega a este  tráfico de competencias. Te cambio las atribuciones  en un asunto por el apoyo en este otro, parecen decir algunos políticos. Están confundiendo los intereses del partido con los intereses del Estado al que convierten en moneda de cambio. Esta es la mayor “transferencia” o la confusión de competencias. Yo no veo más que un cambio de rasante en esta España amurallada y pirenaica. La expresión “tráfico de influencias” se queda corta para señalar lo que está sucediendo en nuestra vida nacional. Alguien está traficando y vendiendo las competencias centrales del Estado para conseguir apoyos de las Autonomías. A este paso, el Estado va a quedar sólo para relaciones internacionales aunque  también quieren robarle esa competencia por medio de oficinas  comerciales a pesar de estar en una economía global.

Sigo sin entender la democracia como concierto de intereses más que como coincidencia de ideas o de valores. De ahí parte el concepto de un “los nuestros”. No se entiende por qué los políticos confían tanto en otros hombres cuando asistimos cada día a la volatilidad de las conciencias y de los beneficios. Se buscan adhesiones inquebrantables de las personas más que igualdad de proyectos o programas pero bien engrasados con remuneraciones, puestos, prebendas y privilegios. La política es el triunfo de las ambiciones  individuales sobre los objetivos comunes. Las coincidencias y colaboraciones duran lo que duran los intereses comunes.