Trans

02/07/2021 - 18:34 Jesús de Andrés

 Si a partir de ahora cualquier persona (incluidos, ojo, los menores de edad) puede elegir sin más qué sexo figura en su DNI, podrán darse situaciones que posiblemente la norma no haya previsto.

La aprobación en el Consejo de Ministros del pasado martes del anteproyecto de ley para regular la situación de las personas trans y de los colectivos de lesbianas, gais, bisexuales e intersexuales, ha abierto la caja de los truenos en el seno del feminismo. Tras años de aspirar a una legislación que mejorara las duras condiciones de vida de la minoría transgénero (personas cuya identidad de género no coincide con el sexo de nacimiento), en particular en el ámbito educativo y laboral, los diferentes borradores han generado una discusión entre distintas facciones feministas que tiene difícil arreglo. Para el feminismo histórico, el mayoritario, la ley pone en riesgo muchos de los derechos conseguidos por las mujeres en su lucha de décadas por la igualdad al permitir que, a partir de ahora, cada cual decida si es hombre o mujer simplemente como ejercicio de autodeterminación. Para el nuevo feminismo queer, o transfeminismo, el amparado por Podemos y sus satélites, los derechos deben extenderse sin limitación alguna, sin analizar las consecuencias no deseadas que pudieran tener.

            Si a partir de ahora cualquier persona (incluidos, ojo, los menores de edad) puede elegir sin más qué sexo figura en su DNI, podrán darse situaciones que posiblemente la norma no haya previsto. Así, un hombre que se defina a sí mismo como mujer podrá usar baños o vestuarios femeninos, ir a una cárcel de mujeres, presentarse a oposiciones en el cupo de mujeres -con sus mismas pruebas físicas de acceso- o participar en competiciones deportivas con otras mujeres. Ello, denuncian las feministas clásicas, acabará con la lucha de las mujeres por la igualdad al disolverse la identidad, que será cuestión de elección, en un maremágnum de diversidades varias. Si no hay hombres ni mujeres ya que cualquiera puede ser lo que quiera, si el sujeto político del feminismo -la mujer- se diluye en una neolengua que las invisibiliza (las madres serán “progenitores gestantes”), las reivindicaciones por la igualdad dejarán de tener sentido.

            Es de suponer que no habrá una avalancha de hombres que, ante la oportunidad de sacar más fácilmente una oposición a policía local o conseguir una marca para competir en las olimpiadas, por ejemplo, vayan al registro a cambiar su afiliación, pero casos habrá. En un país donde el ingenio se usa más para la picaresca que para la razón, la sección de sucesos en prensa y televisión va a ser todavía más entretenida de lo que es hoy en día. Es una pena que una ley que podría suponer un gran avance para todos los colectivos señalados, cuyas necesidades son muchas, sea eclipsada por un error cuyas consecuencias habrá que corregir más adelante. Aunque el recorrido parlamentario que le queda a la nueva norma es todavía grande, algunos peajes del gobierno de coalición son concesiones a una lógica que brilla por su ausencia.