Tropezar en la misma piedra
01/10/2010 - 09:45
Javier Urra - Dr. En Psicología
En ocasiones los pensamientos cortocircuitados se apoderan de nosotros, nos regodeamos en los mismos o nos dejamos atrapar por ellos, incapaces de escapar de una ideación que nos centrifuga. Sabemos que nos agota, que nos limita y esclaviza, pero nos cuesta imponernos un Nó cognitivo, parar y atisbar un pensamiento alternativo.
Podemos marcarnos objetivos, motivarnos para alcanzarlos, pero cuando nos obsesionan (ya sea obtener dinero, alcanzar prestigio, o disfrutar de un cuerpo ideal) quedamos atrapados en la maraña de la enfermedad mental. Nos encantan las sorpresas, y realizar algo distinto (como viajar), pero tendemos a la compulsión repetitiva de hábitos que nos transmiten seguridad (hasta la acera por la que caminamos). Es obvio que sentimos benéfica la reincidencia (sin llegar al grave trastorno autista). Repetimos nuestras dudas. Parecemos seguros, pero esperamos siempre que el otro asienta, lo necesitamos. Manejarse en la duda es prueba de inteligencia, de adaptación, proponerla para intentar resolverla, presupone capacidad anticipatoria, confianza en uno mismo, convicción de llevar la vida en los propios brazos. Por el contrario hay quien es una duda permanente, un no saber crónico, una indefinición vital.Dudamos de nosotros mismos y hasta de quien nos acompaña vitalmente. Pero precisamos seguridades, garantías: la madre; los amigos. Y aseguramos Nunca nos fallarán.
Reincidimos sí, en los conflictos, con uno mismo, con los demás. Vivir es poder contarlo y mientras tanto ir de dilema en dilema. La elección es permanente (si estamos en un lugar dejamos de estar en otros muchos).
En las rupturas también somos reiterativos pero no se nos educa para despedirnos, para llorar la ausencia, para dejar ir. Debiéramos aprender no a convivir con la ruptura, pero sí a sobrellevarla. Tropezamos en la misma piedra. Tenemos un substrato esperanzador (te roban la moto, pues te compras otra, fracasas en la vida conyugal, pues te vuelves a casar). Si no fuera así, el mundo resultaría imprevisible. Bien es verdad que hay quien reincide en el delito, el juego (ludópata), etc. Fíjense que hay quien queda enganchado hasta del trabajo. Me pregunto ¿si supiéramos con antelación la fecha en que iniciaremos el eufemísticamente denominado último viaje, cambiaríamos en mucho o en algo nuestro actuar? Creo que no, eso sí la angustia sería mayor. La inconsciencia con la que deambulamos nos permite sobrevivir.
Comentamos que el mundo ha cambiado mucho, pero en lo fundamental no es así. Se ríe y llora por las mismas cosas. Generación, tras generación. Crear, improvisar, resulta muy cansado, es una virtud por ser esporádica.
Un campeón olímpico, un investigador, una orquesta buscan la perfección desde la machacona repetición, un poco más, un poco mejor. Dúctilmente previsibles, más clónicos de lo que queremos creer. Volvemos a la misma playa, nos reunimos los mismos en la misma fiesta de Navidad, anticipamos inclusive que va a acontecer, la razón por la que discutiremos.
Dudas, rupturas, conflictos, obsesiones. El ser humano, sí eternamente reincidente.
Nos repetimos, hasta en el nombre del hijo primogénito. Gracias a ser reincidentes nos matriculamos todos los septiembres en inglés y en mayo en el gimnasio. Soy un optimista recalcitrante, por eso escribo así, pero reincidir y según nuestra docta real academia española de la lengua es volver a caer o incurrir en un error, falta o delito. Y es que reincidir es profundamente humano. La primera guerra mundial no evitó una segunda. El error nos es consustancial, eso es lo que nos hace dignos de ser perdonados una y otra vez. Entrañables.
R espirar, incesante, rítmico, el poema de la vida. Aspirar, expirar, ola a ola, el mar soy yo. Uno más de un océano cósmico. Un equilibrio pautado que nos acompaña desde el pañal a la mortaja.
Reincidimos sí, en los conflictos, con uno mismo, con los demás. Vivir es poder contarlo y mientras tanto ir de dilema en dilema. La elección es permanente (si estamos en un lugar dejamos de estar en otros muchos).
En las rupturas también somos reiterativos pero no se nos educa para despedirnos, para llorar la ausencia, para dejar ir. Debiéramos aprender no a convivir con la ruptura, pero sí a sobrellevarla. Tropezamos en la misma piedra. Tenemos un substrato esperanzador (te roban la moto, pues te compras otra, fracasas en la vida conyugal, pues te vuelves a casar). Si no fuera así, el mundo resultaría imprevisible. Bien es verdad que hay quien reincide en el delito, el juego (ludópata), etc. Fíjense que hay quien queda enganchado hasta del trabajo. Me pregunto ¿si supiéramos con antelación la fecha en que iniciaremos el eufemísticamente denominado último viaje, cambiaríamos en mucho o en algo nuestro actuar? Creo que no, eso sí la angustia sería mayor. La inconsciencia con la que deambulamos nos permite sobrevivir.
Comentamos que el mundo ha cambiado mucho, pero en lo fundamental no es así. Se ríe y llora por las mismas cosas. Generación, tras generación. Crear, improvisar, resulta muy cansado, es una virtud por ser esporádica.
Un campeón olímpico, un investigador, una orquesta buscan la perfección desde la machacona repetición, un poco más, un poco mejor. Dúctilmente previsibles, más clónicos de lo que queremos creer. Volvemos a la misma playa, nos reunimos los mismos en la misma fiesta de Navidad, anticipamos inclusive que va a acontecer, la razón por la que discutiremos.
Dudas, rupturas, conflictos, obsesiones. El ser humano, sí eternamente reincidente.
Nos repetimos, hasta en el nombre del hijo primogénito. Gracias a ser reincidentes nos matriculamos todos los septiembres en inglés y en mayo en el gimnasio. Soy un optimista recalcitrante, por eso escribo así, pero reincidir y según nuestra docta real academia española de la lengua es volver a caer o incurrir en un error, falta o delito. Y es que reincidir es profundamente humano. La primera guerra mundial no evitó una segunda. El error nos es consustancial, eso es lo que nos hace dignos de ser perdonados una y otra vez. Entrañables.
R espirar, incesante, rítmico, el poema de la vida. Aspirar, expirar, ola a ola, el mar soy yo. Uno más de un océano cósmico. Un equilibrio pautado que nos acompaña desde el pañal a la mortaja.