Un afilador muy querido en Guadalajara: Cándido Fernández

08/10/2018 - 19:35 Eduardo Díaz

El bueno de Cándido llegó a Guadalajara en el año 1952 procedente de su Galicia natal. 

En el rincón de esta semana vamos a recordar a un personaje que es muy querido por la ciudadanía de Guadalajara: el afilador callejero, Cándido Fernández. Desgraciadamente, en la actualidad, esos trabajadores que ejercían sus profesiones en la vía pública van desapareciendo. Aparte de los afiladores existían los colchoneros que apaleaban la lana sobre las telas de los colchones, los lecheros que repartían su producto de puerta en puerta o las silleras, entre otros.

El bueno de Cándido llegó a Guadalajara en el año 1952 procedente de su Galicia natal, junto a otros paisanos suyos que empezaron a desarrollar sus profesiones tanto en Guadalajara capital como en otras localidades de la provincia. Él eligió la capital de la provincia y comenzó sus labores de afilador con una rueda metálica que se movía a través de un pedal; con ella afilaba los utensilios de las casas e igualmente las herramientas de labranza como: hoces, azadas, cuchillas de los trillos y otros aperos agrícolas. Con el paso del tiempo, Cándido dejó de utilizar la rueda y adquirió con sus pequeños ahorros una moderna bicicleta. Era el año 1956. Esta le facilitaba mucho su labor y el desplazamiento por las calles de Guadalajara y los pueblos limítrofes.

Era muy típico que utilizase el famoso Chiflo de madera, que con su bonito y dulce sonido anunciaba la llegada del afilador a los puestos habituales de las calles de nuestra ciudad. El mejor momento de su profesión llegó en el año 1963 cuando adquirió una motocicleta de la marca Montesa, la cual incluía una rueda giratoria de afilamiento. Ello le permitió dar un mejor servicio a sus clientes e igualmente desplazarse con mayor rapidez y atender a la nutrida clientela que poseía, tanto en la capital como en los pueblos de la provincia.

Si en algo destacaba la personalidad de Cándido era por su solidaridad con las familias más humildes de Guadalajara. Él sabía perfectamente las posibilidades económicas de su clientela y por ello a veces perdonaba sus honorarios o los rebajaba de manera considerable cuando veía que muchas familias pasaban apuros económicos.  Su sencillez y forma de ser eran muy apreciadas en barrios humildes de Guadalajara, como el del Alamín y el ya desaparecido del Cerro del Pimiento.

Cándido se fue adaptando perfectamente a los tiempos modernos y abrió una tienda en la calle de Manuel Páez Xaramillo, aunque sólo abría por las tardes, ya que las mañanas las seguía ocupando en atender a su clientela de la calle, a la cual le costaba mucho abandonar. Cuando le llegó su merecida jubilación fue enseñando a su hijo todos los entresijos de la cuchillería y el afilamiento e igualmente le abrió un nuevo establecimiento, en la calle del Capitán Boixareu Rivera, justo enfrente del famoso pino tumbado que existe frente al Parque de la Concordia. Sin lugar a dudas, un personaje que dejó huella en las calles de Guadalajara: el afilador Cándido Fernández.