Un año perdido

10/05/2011 - 00:00 Carmen Tomás

 
La economía española, con algún atisbo en exportaciones y turismo, está estancada. Hace un año, la Unión Europea obligó a Zapatero a adoptar medidas que evitaran la quiebra de España. Entonces, se bajaron los sueldos de los funcionarios, se congelaron las pensiones, se suprimieron los cheques y se comprometió una reducción del déficit importante. Nuestro país tenía que hacer ajustes para calmar a los mercados que cada vez pedían más intereses por nuestra deuda y jugaban al rescate de España. Ha pasado un año y la economía española está agotada. Es verdad que han mejorado las exportaciones y que algo más de turismo ha venido como consecuencia de las revueltas en el norte de Africa. Pero, además de eso, poco más. La reforma laboral que aprobó el Congreso el pasado mes de agosto se ha mostrado insuficiente, la reforma de las pensiones no está aún aprobada totalmente y el sistema financiero está resuelto a medidas.
   Mientras, Irlanda y Portugal han tenido que ser rescatadas y Grecia va a por el segundo plan para salvar al país y a los bancos alemanes y franceses, acreedores de muchos miles de millones de euros. En estos días y con la nueva crisis de deuda encima de la mesa, España vuelve a estar en el tablero de los mercados y en el centro de la preocupación de la Unión Europea y de Estados Unidos. Nuevamente, la prensa extranjera y los organismos internacionales ponen a España en el punto de mira. Nuevamente, Obama ha llamado a la puerta y ha enviado a una delegación para ver qué está pasando.
   Y es que Zapatero no ha terminado los deberes que se le pusieron en mayo pasado. De hecho, el crecimiento del PIB es escaso y el número de parados no ha dejado de aumentar. La clave está en las reformas. Sin duda, Zapatero está esperando a la celebración el 22 de mayo de las elecciones autonómicas y municipales. Después veremos cómo se desatan los acontecimientos. Puede que Zapatero no quiera hacer nada. El problema es que nos van a volver a obligar a hacer cosas y cada vez serán más duras.
  El presidente es un muerto viviente, pero pocos creen que se inmole por su país y antes de irse definitivamente resuelva los problemas endémicos de este país y lo ponga en condiciones de arrancar. Nadie cree en este gesto de estadista en alguien que se ha pasado más de siete años mirando por él y su partido antes que por los españoles. La realidad es que hemos perdido otro año y la salida cada vez se vislumbra más penosa y más larga.