Un humanista campiñero: Juan Páez de Castro
Quiero dedicar hoy unas líneas para memorar a Juan Páez de Castro, un nombre que nunca se ha destacado como debiera, clave del Humanismo español durante el reinado de Carlos el Emperador.
Juan Páez de Castro, una original figura del Humanismo Castellano en el siglo XVI, acompañó como asesor a Diego Hurtado de Mendoza en su larga embajada por Italia y tras viajar por toda Europa y relacionarse con la élite humanista se retiró a su villa natal de Quer donde entre 1560 y 1570 escribió su claras meditaciones.
Cuando el campiñero falleció, la Corona procedió a la compra a sus herederos de buena parte de su biblioteca, para llevarla a El Escorial, adquiriéndose 315 volúmenes, especialmente los que en ella había de contenido griego y árabe.
Por ser una figura excepcional del Humanismo castellano, y aún no haber recibido la consideración que merece, me extiendo en referir lo que se sabe, a día de hoy, de Páez de Castro.
Posible retrato de Juan Páez de Castro.
Le dieron el latinizado nombre de Paccius, en referencia a sus inspiraciones latinas. Nació en la villa de Quer, junto al Henares de Guadalajara, en torno a 1510, y murió en 1570 en el mismo lugar, a donde se había retirado diez años antes, rodeado del respeto de todos. De familia acomodada, estudió en las universidades de Alcalá, Salamanca, y luego en Bolonia, pasando a Roma en compañía de Diego Hurtado de Mendoza, el embajador, donde se ordenó de sacerdote. Y luego con él asistió a la sesiones del Concilio de Trento. En relación con aristócratas y cortesanos, con burócratas y letrados, su vida fue muy activa, en continuo viaje, en búsquedas y aprendizajes. Conocedor de idiomas clásicos (griego, latín, árabe e italiano) fue un incansable buscador de libros antiguos, de códices que coleccionaba y estudiaba, proporcionando ejemplares y por su encargo a las nacientes bibliotecas de sus amigos, como el obispo de Burgos don Francisco de Mendoza, el embajador Diego Hurtado de Mendoza, y el doctor Andrés Laguna, para quien consiguió el “antiquísimo códice griego” que este utilizó en la edición del famoso tratado farmacológico de Pedacio Dioscórides Anazarbeo en 1554.
Buscó con preferencia manuscritos de Aristóteles o sus obras traducidas e interpretadas, de tal modo que llegó a ser considerado uno de los mejores especialistas en la vida y obra del Estargirita. De Páez se conserva una interesante y copiosa correspondencia (1554-1556), de la que se infiere que estaba bajo la protección de poderosos valedores, como el ministro Granvela, el caballero flamenco Guillaume Van Male (al que conoció en Trento), el cardenal Francisco de Mendoza y Bobadilla y el comendador mayor Luis de Ávila. Alcanzó a ser nombrado Cronista Real de su Majestad don Carlos I el Emperador, aunque nunca cuajó la gran Historia de España que él prometió componer.
Reciente edición de la obra capital de Páez de Castro.
Le tocó vivir los años de la efervescencia religiosa reformista que en Castilla se dio, y que tras la formación de grupos de alumbrados y otras desviaciones, en 1923 se terminó formando procesos de análisis sobre estas interpretaciones. En ese año, Páez estaba en relación con Martín Lasso de Oropesa, sospechoso de alumbradismo, y sabemos que luego mantuvo reiteradas relaciones con grupos de disidentes religiosos: se conservan cuatro cartas suyas a Agustín Cazalla, en Italia se relacionó con Isabel Briceño y Marcantonio Flaminio, y en Lovaina con el grupo reunido en torno a Pedro Jiménez, denunciado a la Inquisición por formar grupos en torno a las ideas del erasmismo más avanzado. De ello se infiere el postulado de haber formado en ese grupo, tan numeroso, de españoles que cuestionaron (antes de Trento) el camino de la ortodoxia católica, aunque su pasión por la verdad, y la cultura, les hizo sortear dificultades y circular finalmente por el camino de la sabiduría total, del estudio y la bibliofilia.
Esta pasión por los libros, su concepto de la cultura, fundamentada en ellos, y su continuado intento de buscar las fuentes de la sabiduría, le llevó a pensar en montar una gran librería/biblioteca que reuniría todo lo encontrado hasta ese momento sobre los autores clásicos griegos (sobre todo) y romanos, más lo bizantino, árabe y oriental. De esa pasión renacentista surgió el escrito que le ha hecho famoso, y que aún sigue reeditándose, incluso en nuestro siglo. En 1556, estando en Bruselas, compuso un “Memorial sobre la utilidad de juntar una buena biblioteca” (Biblioteca del Escorial, MSS. &-II-15, ff. 190-195) que envió al Rey. Todavía no había tenido lugar la batalla de San Quintín, y nadie pensaba en El Escorial, pero aquella idea de Páez de Castro cuajó en el intento de ir haciendo una biblioteca en torno al Rey Sabio, y organizando mentalmente las basamentas del saber en torno a libros únicos, y fundamentales. El “Memorial” se publicó en nuestro siglo, y lleva ya varias ediciones. La idea arraigó desde el principio, y el resultado es la Biblioteca Laurentina que hoy admiramos.
La iglesia parroquial de Quer.
Escribió este clérigo, como he dicho, durante su estancia en Bruselas, en 1556, su manual “Sobre la utilidad de juntar una buena biblioteca”. Este “Memorial a Felipe II sobre las librerías”, entregado en 1558 al rey, contiene en sus cuatro partes:
1. La exhortación a que haya librerías regias públicas.
2. La defensa de las múltiples ventajas de que haya bibliotecas.
3. La propuesta de que se abra en Valladolid, con tres salas, una Biblioteca Regia: La primera sala destinada a biblioteca en sí y con su orden; la segunda, una suerte de museo geográfico, cartográfico y de la Historia Natural y Humana; la tercera un archivo secreto propiamente dicho.
4. Los lugares de donde se comprarán los objetos anteriores, expuestos por salas y el colofón al Memorial.
Tras un último viaje a Roma, en 1559, se retiró a su villa natal de Quer, nombrando en su testamento heredero universal de sus bienes al rey Felipe quien además ordenó la adquisición de su biblioteca completa, tenida entonces por una de las mejores de España. La mayor parte de sus libros manuscritos fueron a parar a El Escorial, cuando Benito Arias Montano organizó el conjunto, pero otros ejemplares han terminado en bibliotecas diversas como la Nacional de España, la de la Universidad Complutense, la del Marques de Valdecilla o la Histórica de Salamanca. A Páez de Castro habría que tener como faro y reflejo de un tiempo en que la sabiduría, y los libros conteniéndola, eran motor de decisiones estatales. Eclesiástico con saberes filosóficos (Páez fue uno de los más sabios en torno a la obra de Aristóteles) fue nombrado en 1555 Capellán Real, teniendo con anterioridad el título de Cronista Real. En la tierra de Castilla, de donde procedía, debería tenérsele como una figura señera del Renacimiento.
Tres publicaciones recientes aluden a la vida y obra del campiñero Páez de Castro, y aquí finalmente las refiero, para que las busque quien quiera aumentar conocimientos sobre este personaje capital:
1990 - Teodoro Martín y Martín: “Vida y obra de Juan Páez de Castro”, Institución Provincial de Cultura “Marqués de Santillana”. Guadalajara, 1990.
2004 - Arantxa Domingo, “Juan Páez de Castro y los libros”, en Pedro M. Cátedra y María Luisa López-Vidriero (dirs), La memoria de los libros. Estudios sobre historia del escrito y de la lectura en Europa y América, Salamanca, Instituto de Historia del Libro y de la Lectura, 2004, pp. 385-402.
2025 – Antonio Herrera Casado, “Renacimiento y saberes en los Reales Sitios: algunos nombres alcarreños en la fundación de la Biblioteca de El Escorial”. Actas del 50 Congreso Nacional de Cronistas Oficiales. La Granja de San Ildefonso, 2025.