Un mundo maravilloso
En las terrazas de la Alameda hay algunas parejas sentadas charlando, una madre muy joven mece el cochecito de su bebé, grupos de amigos beben cerveza, unos jubilados toman el sol.
Las mañanas de septiembre son frescas y agradables. Salgo a andar por el pinar, o por el río Dulce y cuando no hay gente me quito la mascarilla un rato ¡huele tan bien! La vida es mágica en estos finales del verano. Desde luego la maldición del coronavirus no ha afectado a la belleza de la naturaleza que resplandece con esta luz preotoñal. Se ha ido mucha gente por trabajo y vemos a otros amigos, tenemos otras conversaciones y otros recuerdos en común... Por la noche miro el cielo nocturno, incomparable, tan trasparente que se puede ver la Vía Láctea y millones de estrellas.
Veo los cielos azules y las nubes blancas, el bendito día brillante y la sagrada noche oscura. Y me digo a mí mismo, qué mundo tan maravilloso. Pues sí, el mundo, como canta Louis Armstrong, es maravilloso y la gente es genial. Hoy he encontrado a unos caminantes encantadores que me han invitado a su casa, él me ha enseñado sus preciosas pinturas, hemos tomado un aperitivo en el jardín y ella me ha regalado unos tomates extraordinarios de su cosecha.
En las terrazas de la Alameda hay algunas parejas sentadas charlando, una madre muy joven mece el cochecito de su bebé, grupos de amigos beben cerveza, unos jubilados toman el sol. Hay un silencio majestuoso, roto por la brisa en las altas copas de los árboles, por los pájaros en la fuente y por algunos niños que juegan en los paseos.
Escucho a los bebés llorando, los veo crecer. Están aprendiendo más de lo que se imaginan. Y me digo a mí mismo, qué mundo tan maravilloso.
Algunos días subo hasta la plaza Mayor, jadeando con la mascarilla, entro en la Catedral y me siento a mirar la grandeza de Dios, a meditar y a preguntarme algunas cosas sin esperar respuesta divina… ¿por qué la naturaleza nos invita a ser felices mientras los colegiales vuelven a clase con la cara tapada y el miedo de sus padres en la mochila, entre el bocadillo y los lapiceros?… ¿Siempre fue tan difícil ser feliz? Me temo que sí, para muchas personas siempre fue difícil. Y otra duda ¿si prescindiéramos de la maldad podríamos conseguir el mundo maravilloso de Louis Armstrong? Y, no podría jurarlo, pero me ha parecido oír a Dios decir: ¡Pues claro!
En este ambiente septembrino tan hermoso hay mucho de despedida, de final, pero también de inicio. Y todo inicio es emocionante y esperanzador. Quizá pronto haya una vacuna que pare la pandemia y volveremos a ser como antes, o mucho mejores, este virus nos ha enseñado a ser más solidarios y valorar lo que es importante. Tardaremos en recuperarnos y muchas personas sufrirán, pero tenemos el hermoso escenario, la ciencia y la inteligencia para vencer la enfermedad, la energía para ponernos en marcha y mucha ilusión. Así pues, para el curso que empieza, nada de odio ni de ambición y mucho amor, amigos míos.