Un mundo nuevo, proyecto común

02/02/2014 - 23:00 Atilano Rodríguez

El Papa Francisco, al analizar la realidad del mundo, señala que las relaciones humanas se mantienen en la actualidad dentro del juego de la competitividad y la ley del más fuerte. Como consecuencia de estos comportamientos, los poderosos se comen a los más débiles de la sociedad y grandes masas de población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizonte, sin salida (EG 53). Los medios de comunicación se encargan cada día de confirmar estas enseñanzas del Santo Padre, al poner ante nuestros ojos la insufrible realidad de los campos de refugiados, la destrucción provocada por las guerras y la tristeza silenciosa reflejada en el rostro de millones de niños, que son obligados a trabajar en edad temprana o que padecen deterioro físico por falta de alimento, agua o vivienda. La constatación de esta dolorosa realidad toca una vez más nuestras conciencias haciéndonos ver que, en distintos rincones del planeta, miles de hermanos nuestros no sólo son marginados, sino excluidos de la sociedad. Cuando se considera oportuno, se les utiliza en la búsqueda de los propios intereses y cuando su actividad ya no se considera necesaria, se abandonan a su suerte.
Esta realidad está muy lejos del proyecto de Dios de constituir un solo pueblo, en el que todos sus hijos, sin distinción de raza, de cultura o del color de la piel puedan vivir con dignidad y vean respetados sus derechos fundamentales. El escándalo del hambre y la pobreza extrema, que padecen tantas personas, no sólo va en contra del plan de Dios y de la dignidad de sus hijos, sino que resulta inaceptable en un mundo que dispone de recursos, de conocimientos científicos y de medios técnicos para subsanarlos. Ante la constatación de esta dolorosa realidad, los responsables de Manos Unidas, además de invitarnos una vez más a los creyentes y a las personas de buena voluntad a colaborar solidariamente en los distintos proyectos de desarrollo, quiere recordar a todos los ciudadanos y a las instituciones que, para seguir haciendo frente al hambre en el mundo, es preciso impulsar el desarrollo integral de cada ser humano como expresión y concreción de la fraternidad, a la que todos somos convocados por el Creador. La solución de estos graves problemas, ciertamente requiere dedicación y buena formación técnica pero, sobre todo, exige un auténtico espíritu de cooperación que haga posible la unión de esfuerzos, para que cada persona pueda ocupar su lugar en la sociedad de la que ha sido expulsada por el egoísmo de sus hermanos a las «periferias de la existencia». En ocasiones, todos podemos experimentar la tentación de pensar que esto no es posible.
Sin embargo, la fe en Dios y el testimonio de tantos voluntarios, que actúan en los distintos rincones del mundo en el servicio a los más necesitados, tiene que ayudarnos a seguir poniendo los medios a nuestro alcance para la erradicación del hambre en el mundo y para que la dignidad de cada persona sea valorada y respetada. Con la ayuda del Señor, hemos de crecer cada día en coherencia, manteniendo abiertos los caminos de la generosidad y afrontando las tentaciones egoístas que nos impiden pensar en las pobrezas y miserias de los demás. Nuestro Dios quiere y espera que tratemos a cada persona, no como un objeto de desecho, sino como un hermano que nos pertenece y de cuya suerte somos responsables.