Un mundo sin perras

24/10/2015 - 23:00 Antonio Yagüe

La utopía de un mundo sin dinero asoma por la esquina. Al menos físico, de monedas y papel, las perras en efectivo, para el pago a tocateja como decían los abuelos. Países como Italia, primeros acuñadores y maestros en el traspaso de mano a mano, ponen el grito en el cielo. Pero la Unión Europea está decidida a restringir su uso para controlarlo a efectos fiscales y prevenir la economía sumergida, el blanqueo y otros delitos económicos o contra la salud como el tráfico de drogas. En España ya están prohibidas las transacciones dinerarias de más de 2.500 euros. El proceso se está acelera y en los países nórdicos alcanza una velocidad apabullante. En Dinamarca, sin ir más lejos, el Gobierno ha impuesto desde enero del 2016 la prohibición de pagar con dinero efectivo en bares, restaurantes, gasolineras y tiendas de moda. Y ha explicado con toda claridad que este es un paso más en el camino hacia la desaparición del dinero en efectivo. En Suecia, cuatro de cada cinco compras se realizan de esta manera y se ha desterrado el pago incluso en el billete de autobús y, en algunos casos, en las donaciones de las iglesias. Curiosamente, los argumentos que se dan para justificar esta drástica medida son marginales: desaparecerán los costes administrativos y financieros que implica el manejo del dinero en efectivo. Y los de seguridad, ya que no habrá que contratar dispositivos y vigilantes. También bajarán los atracos… “Con los móviles y tantas posibilidades técnicas, monedas y billetes son de hecho un anacronismo”, defiende Peter Bofinger, uno de los cinco sabios del elitista equipo de economistas que asesoran al Gobierno de Berlín. Ferias y mercadillos, como el que reúne los jueves en Molina de Aragón a gentes de la comarca, ofrecerán una estampa distinta. Sin calderillas, cambios y puede que ni regateos. No tendría sentido oponerse a una evolución que seguramente está en la lógica del progreso que hemos elegido, pero causa cierta impresión pensar que dentro de poco toda nuestra vida pública quedará perfectamente registrada en los grandes ordenadores de Hacienda, que tendrá noticia hasta del vino que tomamos en el bar de la esquina. Orwell se quedó muy corto al anticipar el alcance del ojo escrutador del Gran Hermano.