Una biografía para la democracia

25/06/2012 - 00:00 Jesús Fernández


  Soy de los que piensan que los procesos democráticos, como parte de la sociobiología, tienen su propia biografía, es decir, una primera fase de nacimiento e implantación, una segunda etapa de crecimiento y desarrollo, y finalmente, un periodo de declive y senectud. Infancia, juventud y ocaso de una realidad social a la que afecta, también el paso de las generaciones. En nuestro caso y, refiriéndonos a nuestra experiencia política más inmediata en este terreno, hubo un tiempo en que estrenábamos libertad e iniciábamos un periodo lleno de promesas e ilusiones colectivas.

  Toda una sociedad estaba convocada a vivir el pluralismo, la participación, el diálogo, la igualdad. Como todo comienzo hubo que cuidar y acompañar su arraigo y consolidación protegiendo y acompañando los primeros pasos. Todos nos ayudaban en Europa. No había mucha experiencia y de ello se encargó una generación llena de nuevas ideas y de mayor entusiasmo. Hubo que tejer todo un orden político comenzando por la Constitución y desarrollar nuevas leyes de convivencia y participación social. Democracia de cuna.

  Pasaron los años y llegó la edad del desarrollo. Se inició y consolidó un largo periodo de crecimiento, de estabilidad y bienestar social. Entrábamos en la juventud de la democracia y, al mismo tiempo, la democracia entraba en la juventud. Una alianza muy fructífera y profunda pero costó algún sufrimiento la adaptación y la reconversión de viejos hábitos e inercias históricas. Llegamos muy de prisa a un desarrollo del Estado donde todo eran proclamación de derechos, reivindicación de competencias y concesión de libertades.

  Se derivó el poder a las regiones y se multiplicaron los centros de decisión surgiendo una administración política más, un nivel de representación más que consumía muchos recursos. La sociedad civil se dotó de muchas organizaciones, de muchos partidos políticos, de muchas asociaciones. Se llegaba a la conclusión de que nada era imposible de alcanzar desde las exigencias y desde la protesta.

  Pero no nos dábamos cuenta que, en un régimen democrático, ya no se manifiesta uno contra nadie sino contra nosotros mismos que nos hemos dado unas leyes, hemos impuesto unas condiciones y límites a nuestra propia libertad. Como la situación económica era abundante, se podía soportar todo, conceder todo, financiar todo y no había ninguna dificultad en asumir todo lo que llamamos servicios o sociedad del bienestar. El Estado era el mayor capitalista.

  Pero ha llegado el cansancio, el deterioro, la decadencia. Muchos ciudadanos se sienten decepcionados porque, la democracia en la que creyeron, ha sido traicionada y utilizada por muchos para enriquecimiento de unos a costa de otros. No hemos conseguido la igualdad deseada. La escasez de recursos es grave y persistente. Nos retiran la confianza y los años de democracia no han ido acompañados de credibilidad. Hemos abusado de la libertad. Un exceso de libertad conduce inexorablemente a un exceso de esclavitud.

  Es la hora de los sacrificios y renuncias que hay que repartir por igual. Pero no perdamos la confianza. Otras biografías, otras generaciones tienen que continuar la obra emprendida. Democracia es todo lo que existe antes que conduzca a ella y todo lo que viene después de ella. Más aún, en democracia nunca hay un después.