Una crisis también nuestra

01/10/2010 - 09:45 Hemeroteca

ADOLFO YÁÑEZ, Madrid
Algunos dirigentes europeos se negaron a admitir, hasta hace muy poco, que la crisis existiera. En vez de reaccionar de forma rápida y eficaz ante los primeros síntomas de una situación que iba a ir agravándose de día en día, dieron muestras de gran pasividad. Luego aceptaron que la crisis convulsionaba a Estados Unidos, pero nos dijeron que en Europa (y en España, por supuesto) nos encontrábamos a salvo de cualquier amenaza, pues todo marchaba bien entre nosotros y todo lo teníamos bajo control.
Parecían olvidar que ni las tormentas ni las crisis suelen hacer caso de límites geográficos. Atraviesan cualquier frontera y, si fue siempre una locura pretender cerrar con puertas el campo, hoy lo es más que nunca, pues vivimos en un mundo globalizado e interdependiente. A la sorpresa que supuso el desmoronamiento del Lehman Brothers, en Norteamérica, se unen ya las alarmas que en Europa ha despertado este último fin de semana el naufragio de la banca Fortis, en cuyo auxilio han acudido deprisa y corriendo los gobiernos de Holanda, Bélgica y Luxemburgo, países en los que esa entidad se halla principalmente implantada. El Reino Unido, por su parte, se dispone a nacionalizar los préstamos del Bradford-Bingley. En Alemania el Hypo Real Estate, al borde de la bancarrota, se ha salvado por ahora de sus asfixias gracias a un consorcio de instituciones germanas que le han insuflado créditos en cantidad suficiente para que intente seguir con la actividad financiera que le es propia. Ante estos sobresaltos, las bolsas del mundo andan alocadas y son un continuo hervidero de zozobras, mientras el Congreso de Estados Unidos ve como última tabla de salvación para su maltrecha economía el famoso plan concebido por el secretario del Tesoro, Henry Paulson. Lo mismo demócratas que republicanos postergan allí los intereses partidistas y, olvidándose de la ruda campaña electoral en la que se hallan ahora inmersos, intentan unir filas para conseguir que no se hunda el barco que, de algún modo, les cobija a ellos y cobija a la sociedad occidental en su conjunto.
Como nadie puede negar ya la evidencia de que la crisis en la que nos hallamos es también una crisis que nos afecta, sería bueno que los españoles y los europeos sacudiéramos al fin nuestra ceguera y, al margen de lo que hagan los demás, nos pusiéramos de una vez manos a la obra para atajar el marasmo en el que nos encontramos. La escasez de créditos y las mayores dificultades que habrá para obtenerlos las sufriremos de un modo más acuciante los particulares y las pequeñas y medianas empresas. Y las vamos a sufrir durante bastante tiempo, pues todo indica que no van a ser años expansivos ni alegres los que, por desgracia, tenemos en el horizonte.