Una foto delata todo

27/10/2019 - 17:03 José Ramón Solano

Ochenta años después del fusilamiento, con gobierno socialista transitorio hasta las próximas elecciones de 10N, España vive un grave problema de identidad nacional localizado en Cataluña.

Asturias 1934. Los socialistas españoles, tras caer derrotados por la derecha en las elecciones legislativas, optaron por la vía de la insurrección desdeñando el sistema parlamentario en busca de la revolución social que abanderaba Largo Caballero. De Mieres, Lena, Riosa, Langreo y Laviana, cuenca minera asturiana, surgió la revolución del 34, mineros bragados en el calor de la profundidad, acompañados siempre por canarios enjaulados para saber cuándo el grisú, el metano, asesino silencioso, empieza a salir del carbón y delata una posible explosión; si el pájaro de la jaula está tumbado, atolondrado, es el momento de salir huyendo hacia el ascensor. Son los chivatos de la mina. Lo detectan antes que los mamíferos y han salvado miles de vidas. 

En esa época no subieron en el ascensor por el grisú que amenazaba sus vidas, sino para rebelarse contra la injusticia de su tiempo, y muchos cayeron víctimas de la acción del ejército que les sometió; el resto, a la cárcel, no sé si por sedición o rebelión, o de vuelta al grisú. 

Desde entonces, hace más de ochenta años, han ocurrido muchas guerras, una de las cuales nos afectó en primera persona, un millón de muertos escribió Gironella sobre la guerra civil española, que, aún sigue viva a propósito del Valle de los Caídos y de su contenido, y qué hacer con los restos de quién ordenó la construcción del monumento y el lugar de su próxima, y espero, definitiva tumba, cerrando una asignatura pendiente de la Transición. 

Más me afligen las tumbas improvisadas de los fusilados que perdieron la guerra, cuyos restos se encuentran, bien en cementerios en fosas comunes, los menos identificados, y los más, desconocidos, en el Valle, o en cunetas de caminos donde les llegó el fin y difícil es averiguar su procedencia. Estremecedor, a la vez que emocionante, ha sido el hallazgo reciente de un cuerpo de mujer, un simple esqueleto, que cerca de los huesos de su mano izquierda, se hallaba un sonajero, aún con colores desdibujados con el paso del tiempo. Martín se llama el hoy abuelo, que de forma inesperada recibió de su madre un regalo mucho después de muerta. 

Ochenta años después del fusilamiento, con gobierno socialista transitorio hasta las próximas elecciones de 10N, España vive un grave problema de identidad nacional localizado en Cataluña, donde conviven dos sentimientos contradictorios, los que se identifican como españoles, a la par que catalanes, y los que desean la independencia del Estado de forma pacífica, sentimientos ambos legítimos. El único factor desequilibrante que ha irrumpido con violencia extrema tras la publicación de la sentencia del Supremo es el llamado Tsunami Democrático, o sea, guerrilla urbana versión siglo XXI, apps difíciles de inutilizar, servidores fuera de España, admisión por QR’s que se deben escanear en los móviles de los que autorizan a sabiendas de que se trata de uno de los suyos, localizaciones que averiguan si el que ha resultado autorizado entra en comisarías o lugares sospechosos de ser un espía contra la causa, lo que evidencia que sus autores disponen de conocimientos de alta tecnología, financiación y quién sabe si apadrinamiento y ayuda financiera de ciertos poderes públicos. 

La semana pasada Barcelona se convirtió en una pira nocturna elaborada con contenedores de basura y otros materiales inflamables, en cuyo interior no yacían cuerpos para rito funerario a quién se les rinde debido respeto, sino una matrioska llena de ira que en cada cambio de piel se multiplica exponencialmente. Que haya más heridos en las distintas policías que detenidos, muestran una proporcionalidad de la mal llamada violencia policial, que no iban a agredir sino a defenderse. 

Los que hayan visto las secuencias de las espeluznantes noches de Barcelona se habrán percatado que unos 3.000 jóvenes, la mayoría varones, no se manifestaban en paz, sino que iban a una guerra urbana cargados de piedras, cócteles molotov, botellas con ácido, pirotecnia, tirachinas para lanzar rodamientos, laser para dañar visión de las policías, etc, y sobre todo, lo más importante, algo que todos sin excepción, llevaban como arma, un teléfono, el más letal de todos. 

Los antisistemas, jóvenes con alta dosis de agresividad y que no van a defenderse sino a provocar algaradas con violencia organizada, camuflados para evitar reconocimiento facial, cascos protectores, coderas, anonimus perfectos, y sobre todo, manos en alto si son detenidos, gritando “som gent de pau”. 

Miles de los guerrilleros con su arma en mano, hacen fotos/vídeos de los incendios, reciben instrucciones, las trasladan, se hacen selfis, dicen a los suyos que están en un pub lejos de los disturbios, o quedan para tomar una copa/fumarse un canuto y contar anécdotas exageradas de los vandalismos del día en la lucha contra el sistema, y cuando llega el agotamiento, a casa, a descansar y a soñar con la destrucción del Estado que les somete, y si de paso hacia el hogar se puede saquear alguna tienda de teléfonos, el día completo.