Una horrible pesadilla

25/11/2018 - 11:13 Manuel Ángel Puga

Entré en una cafetería. Me quedé obnubilado al ver que la hoja del calendario que colgaba en la pared era de noviembre de 2050.  En la puerta de una iglesia encontré un mendigo que me llamó la atención. Él me contó lo que había sucedido.

Anoche tuve una horrible pesadilla. Fue una de esas pesadillas que dejan amargo recuerdo y gran preocupación. Soñé que salía de mi casa para dar un paseo. En la calle comprobé que me encontraba en una ciudad desconocida, en la que nunca había estado. Los edificios eran viejos, agrietados y llenos de “okupas”. Las calles y aceras estaban sucias y muy abandonadas. Los escaparates de muchas tiendas estaban vacíos. Pasé por delante de varios supermercados que estaban totalmente desabastecidos, sin existencias. El panorama era desolador.

Apenas se encontraba una cafetería abierta. Entré en una de las pocas que atendían al público. Se notaba que había sido una cafetería de lujo, a juzgar por el local y el mobiliario, hoy muy viejos y deteriorados. Pedí un café y mientras me lo servían observé que había un calendario colgado en la pared. Me quedé obnubilado al ver que la hoja correspondía al mes de octubre del año 2050. Sin salir de mi asombro, le pregunté al camarero que si la hoja era correcta. Mi asombro fue mayor cuando me contestó que sí, que era correcta, que era el día 15 de octubre de 2050… Sin comentar nada, por miedo a que el camarero me tomase por loco, pagué el café y salí a la calle… Lo del calendario me obsesionaba, no lo comprendía. Sin saber cómo, estaba en el año 2050.

Era una calle ancha y bastante larga. Había empezado a anochecer y apenas se veía, porque la mitad de las farolas estaban apagadas, no sé si porque estaban fundidas o para ahorrar energía. Las personas con las que me cruzaba hablaban lenguas extrañas; desde luego, no eran españoles. Muchos andaban buscando comida en los contenedores de basura. Al fondo de la calle había individuos gritando y peleándose entre sí. A un lado y otro, mendigos sentados y de pie pidiendo limosna. Algunos se acercaban a mí y ponían precio a su petición: “Por favor, dame un euro para comida”, me decían en un mal castellano. Yo iba dando de las monedas que llevaba.

En la puerta de una iglesia estaba un mendigo que llamó mi atención. Llevaba puesto un traje viejo y raído, pero que había sido un buen traje. En su mirada se apreciaba una profunda tristeza. Me acerqué a él y le di un billete, porque ya no tenía monedas. “Usted no tiene el aspecto de los otros mendigos – le dije –, ¿lleva mucho tiempo pidiendo?”. “Desde que me quedé sin trabajo, hace un año”, me contestó. Y continuó: “Yo soy licenciado en Económicas. Tenía un buen puesto de trabajo en una gran empresa, pero cerró y me quedé en la calle con mujer y tres hijos pequeños”… Muy entristecido, seguí a su lado. Le pregunté qué había ocurrido para que hubiera tanta pobreza y miseria. Le aclaré que había estado muchos años fuera, en México, y que acababa de llegar.

Agradecido por la limosna y con ganas de satisfacer mi curiosidad, me explicó que todo había empezado con la quiebra de los mayores bancos inversores de Europa. Pasado algún tiempo, varios países intentaban recuperarse, pero empezaron a llegar miles y miles de inmigrantes, sobre todo procedentes de África, como no se había visto nunca. Fallaron todas las previsiones. Aumentó el paro y disminuyó el consumo. Ante la crisis económica desatada, los sucesivos gobiernos fueron obligando a los empresarios a que subieran los sueldos a sus empleados, lo que provocó que muchísimas empresas cerrasen o se trasladaran a países en los que permitían pagar salarios más bajos. En consecuencia, fueron muchos los que se quedaron sin trabajo y también sin vivienda, al no poder pagar la hipoteca que pesaba sobre ella…

Yo le escuchaba con pena y le pregunté: “¿Cree que durará mucho la situación que tenemos ahora en España?”. Él me miró con asombro y contestó: “Se nota que estuvo usted mucho tiempo fuera. España ya no existe. Primero fue un Estado plurinacional, pero luego empezaron a formarse pequeñas repúblicas independientes, de las cuales algunas están en guerra con otras”. Tras una breve pausa, prosiguió: “Tenga en cuenta que la Historia se repite. Recuerde lo ocurrido durante la Revolución cantonal (1873-1874) en la Primera República: el cantón de Cartagena declaró la guerra al Gobierno de Madrid, la República de Granada  declaró la guerra a la República de Jaén, Utrera guerreó contra Sevilla, el pueblo de Betanzos intentó independizarse de A Coruña y así sucesivamente. Sí, la Historia se repite, solo cambia la fecha y los personajes”…

Angustiado por lo que me estaba contando aquel mendigo licenciado, me desperté sobresaltado. A medida que me iba despertando, me repetía a mí mismo: “Ha sido un mal sueño. Ha sido una pesadilla… Esto no ocurrirá nunca… Todo ha sido una horrible pesadilla”.