Una mujer del Medievo, la Ricafembra de Guadalajara


En la biblioteca se ha presentado el libro que ha escrito Florencio Expósito, que va de mujeres, de Edad Media y de humor. De esa Juana de Mendoza, protagonista del libro y memorias, hablo hoy. 

Aunque ahora se habla mucho de “mujeres en la historia”, “mujeres en la ciencia”, “mujeres en la aviación”, y todavía muy poco de “mujeres en la papiroflexia” (ya habrá alguien que se atreva) todavía se ha dicho poco sobre una que fue, en nuestra ciudad, y en la Castilla ancha, mucha mujer con mucha voz: doña Juana de Mendoza, la menor de los vástagos de don Pedro González de Mendoza, el primero del linaje que asentó en Guadalajara y dio con su sacrificio alas al rey de Castilla. Aunque más que alas le dio un caballo, con el que el señor caballero pudo salir por patas (las del referido caballo regalado por don Pedro) del berenjenal de Aljubarrota en el que se había metido por los arranques “imperialistas” del rey Juan I.

Esta señora, que también tuvo sus lindos dieciocho años, como todas, nació en nuestra ciudad en 1352, y murió en Palencia, según luego veremos “de un dolor de costado”, en 1431, cumplidos ya los setenta y nueve años. Fue bisabuela del rey Fernando de Aragón, el “católico” rey unificador. Y contó como progenitores a doña Aldonza de Ayala (hermana del canciller Pérez de Ayala, gentes de pro en los altos valles vizcaínos) y a don Pedro González de Mendoza, señor de Hita y Buitrago. Casó primeramente con Diego Manrique de Lara, de quien solo tuvo un hijo, el primero, el más difícil, y tras la muerte de este caballero (también en Aljubarrota, junto a su suegro) se casó con Alfonso Enríquez de Castilla, de quien estuvo muy enamorada y del que parió 17 hijos. Una vida larga y feliz, porque además él alcanzó el nombramiento de Almirante de Castilla, tomado al rebote de su cuñado Diego Hurtado.

El nuevo libro sobre la Ricafembra de Guadalajara, escrito por Florencio Expósito.

A esta señora le tocó vivir una época curiosa y movidita. Como suelen serlo todas, en este país de broncas y alzamientos, de guerras y artistas geniales. Aunque probablemente ella no lo supo, fue coetánea de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, uno de los mejores escritores que ha dado Castilla. Y por ello hoy podemos entrever su aventura vital, si la pasamos por el tamiz de los versos del clérigo andariego. 

En esa biografía, casi entrevista, a medias imaginada, sabiendo de sus tareas domésticas (cuidar 18 hijos, uno tras otro, es cosa de mucho entretenimiento) y de sus amores y arrebatos, se ha basado Florencio Expósito para tramar una novela que se fundamenta en un hecho prodigioso y que nunca falla: el hallazgo de un manuscrito con las “memorias” de doña Juana. Que en sus ratos libres, –¬más bien cortos, y escasos– fue anotando, desgranando sus mínimas alegrías, sus arrebatos, sus amistades y preocupaciones… la llamaron “la ricafembra” en parangón al más utilizado calificativo que a los hombres se les daba (en coloquio y por derecho) en esos días, el de “ricohombre”, como adinerado y poderoso, señor de tierras y vasallos.

A lo largo de 180 capítulos, todos ellos breves, muestra de un momento en la vida de la señora, Expósito aclara anécdotas, y secuencias, todas ellas inventadas, porque de la vida de doña Juana quedan muy pocos documentos, y algunas noticias colaterales. En la Crónica del Halconero Pedro Carrillo hay una frase que la define: “Esta hera la más emparentada dueña que auía en Castilla, e más generosa, e (que) mayor casa e estado traxiese a la saçón en Castilla, e muy buena”. Esto es: que doña Juana, en los años de su vida tuvo consideración y afectos, parentela nutrida, riquezas sin cuento, influencias y consejos. Radicó su casa y familia en la ciudad de Guadalajara, que con esto se muestra como lo que era: una de las principales ciudades del reino, donde habitaban en palacios y caserones con huertas lo más señalado e influyente de las cortes reales. Ella pertenecía a los Mendoza, primero, pero también a los Pecha, a los Fernández de Hita, a los Orozco, a los Ayala vizcaínos, toda una parentela numerosa, rica, ilustrada, con dotes de mando y capacidades de orientar la política y los pasos de la nación. Y ella en medio, con tantos hijos, con caballeros y lustres.

Florencio Expósito García, escritor de Guadalajara.

La novela de Florencio Expósito es diferente. Parece chocante (por el lenguaje y, sobre todo, por la sintaxis constructiva) pero al final engancha. Salen personajes ciertos e inventados. Se narran hechos probados y otros imaginados. Y a la larga dará mucho qué hablar, y hasta que estudiar, porque con este batiburrillo de noticias, viajes y anécdotas se construye un mundo propio y original, que no llega a entrar en el realismo mágico pero se le queda a las puertas. 

Tras una vida plena, de viajes y casorios, de escuchas y renovaciones, a la enamorada doña Juana le llegó la muerte. Unos setenta años tenía, más o menos, lo cual fue mucho durar para una mujer movida y con muchas comidas a las espaldas, seguro. Y le llegó en unas fiestas, en Palencia, cuando andaba por allí la corte de celebraciones. Debió de ser un problema cardiovascular agudo lo que la surgió, posiblemente un infarto de miocardio, porque dice la crónica [del Halconero] que lo narró de inmediato que “Partiendo la dicha Jhoana con su nieta la esposa del condestable de Torre de Lobatón, para facer las bodas en Calauaçano e vinieron a Palacios de Meneses; e dióle allí dolor de costado, e finó martes a 24 de henero, año del Señor de 1431... La qual fino de hedad de setenta años”. Poco tiempo antes había extendido testamento, pidiendo ser enterrada en el Convento de las monjas clarisas de Palencia, a las que tanto ella como su marido tenían mucho aprecio y habían regado con sus donaciones. Y que la pusieran ante el altar, en urna sin adornos, con tapadera sencilla, y en una altura que fuera dos dedos más rebajada que la de su marido.

El profesor García de Paz, cronista que fue de Tendilla, y autor de un libro monumental titulado Planeta Mendoza nos deja algunos retazos de la vida de doña Juana sumidos en los de sus parientes más cercanos, tan numerosos. Se hace difícil entrar en ese núcleo denso, apretado de cargos y de hazañas, de entradas en batallas y ostentando puestos señeros. Pero se sale pronto con la evidencia de que esa segunda parte del siglo XIV fue la basamenta de una nación ya hecha y derecha, muy fuerte, nutrida sobre todo de gentes que habían nacido y medrado por las tierras vasconas y navarras. En la novela de Expósito no se llega al análisis del rigor histórico del momento, pero se acerca con escenas y personalidades muy bien a ese sonoro momento. En todo caso, otra de las virtudes que tiene el libro es que invita a entrar en los libros de Historia de Castilla, a buscar los caminos que llevaron unos y otros, desde el cruel Pedro al advenedizo Enrique, con las hazañas de sus herederos, Juanes, Alfonso y Enriques, consolidando el poder de esa Castilla firme y avanzada.

La Guadalajara del medievo, dibujada por Antón van der Wyngaerde.

En este libro aparece una Guadalajara que fue, de conventos y palacios, de caballeros y damas, de artesanos y pelaires. Y una Hita potente, un Buitrago encastillado, un Manzanares estratégico. En definitiva, de ese territorio que tan bien contó, a través de amores y consejas, don Juan Ruiz, arcipreste de Hita.