Una tierra para las buenas letras

16/02/2019 - 14:01 José Serrano Belinchón

Guadalajara en la Literatura es el titulo de ese libro que lleva como pie Una tierra para las buenas letras. 

    No es necesario ser un apasionado de la tierra, ni ser un incondicional de la cultura, para darse cuenta de que la provincia de Guadalajara, a la que llegué por primera vez hace muchos años, y en la que me quedé para siempre, fueron el punto final de mi destino. Enseguida me di cuenta de que las tierras de Guadalajara, empezando por las de la Sierra Norte que primero conocí, tanto por su paisaje, por sus costumbres, por su historia y por la especial condición de sus gentes, se prestaban al hecho literario, lo que experimenté en mí propia persona, impulsado por esa nómina de autores de todos los tiempos que fijaron sus ojos sobre ella, a la vez que su sensibilidad y su pluma. Esa idea se materializó  en libro (Colección Scripta Academiae, de Ediciones Aache) en el otoño de 1996.

     Guadalajara en la Literatura es el título de ese libro que lleva como pie Una tierra para las buenas letras, con el que salí al paso de aquella necesidad, pensando en los que por entonces eran mis alumnos de Literatura, y en los que vendrían más tarde. Pues en los primeros vagidos de la literatura nacional, nos encontramos con referencias varias a Wad al Hayara, su nombre en origen, que seguiría tomando solidez con Gonzalo de Berceo y concluyendo con cualquiera de los nombres exitosos de autores actuales. Entre uno y otros,  hay una lista de veinticinco escritores, que echaron mano a sus recuerdos de esta tierra en lo más florido de su obra, lo que ha servido para darla a conocer a través de los siglos. Todos autores españoles, con tres extranjeros entre ellos -Hieronymus Münzer, humanista alemán del siglo XV, Ernest Hemingway y Amado Nervo-, cada uno con su correspondiente semblanza, y unas páginas de su obra en las que hacen referencia expresa a la capital, o a distintos lugares de la provincia como oferta al lector, donde entran los archiconocidos Clarín, C.J.Cela, y Sánchez Ferlosio; otros, que tal vez no lo sean tanto: Alonso Fernández de Avellaneda, Ignacio Aldecoa y Julio Caro Baroja; y los contemporáneos, Andrés Berlanga y Ramón Hernández, en un total de veinticinco, de entre los más conocidos.

  Algunos compañeros y amigos (profesores todos), han querido hacerse con él libro como auxiliar para sus clases. Por mi parte, lo considero fundamental, al menos para los que aquí vivimos, y de manera especial como argumento para aquellos que gustan conocer mejor su patria chica, y saber lo que otros dijeron de ella a lo largo de todo un milenio.