Una y Trini
Lo voy a decir claramente, aun sabiendo que siempre he afirmado que un periodista, en las guerras políticas, no debería tomar partido: me decanto, en las primarias de Madrid, por Tomás Gómez. Ni soy militante socialista ni pienso o aspiro a serlo, por lo que hablo, en este caso, como un mero observador político, al que poco le va en esta guerra: no podría, aunque quisiera, votar a ninguno de ellos.
Pero creo que, por merecimientos y padecimientos propios, librar la batalla imposible contra la lideresa Esperanza Aguirre por la presidencia de la Comunidad de Madrid le tocaba a Gómez, secretario general del siempre complicado Partido Socialista madrileño, y no a Trinidad Jiménez, que es la paracaidista enviada por La Moncloa y Ferraz para pelear esa batalla desde el marketing político: mujer contra mujer, aristócrata versus aristócrata, ambas elegantes, el glamour de la derecha-derecha y el de la izquierda de chupa de cuero estilista frente a frente...
Me repatea esa política aferrada a la encuesta y no a la meritocracia, al clan y no al amor por el desclasado, a la imagen y no al trabajo duro y desde abajo. Me enferma, y por eso me decanto por el luchador y no por la enchufada, la obsesión por ganar el sillón por encima de la persona que ha de sentarse en él. Me subleva, y por ello este alegato en defensa de Gómez, cuyas carencias bien conozco, la falta de oportunidades para que savia nueva ascienda en nuestros partidos políticos.
Claro que, excepción hecha de su cerrazón a la hora de debatir con su adversario y de sus negativas a comparecer ante los medios, no tengo nada contra la ministra de Sanidad, cuya labor he elogiado tantas veces; lo que me repatea es este sistema, tan hipócrita, de alardear de elecciones primarias y, al tiempo, tratar de boicotearlas (porque apoyar oficialmente a un candidato, mientras se intenta hundir al otro, es boicot sin paliativos), de invocar la voluntad omnímoda de los militantes y, mientras, establecer un complicado sistema de barreras que impiden, de hecho, la libre votación de los afiliados al candidato que en realidad prefieran (¿o es que no hubiesen preferido, en Valencia, a Toni Asunción antes que a Jorge Alarte?).
Y por supuesto que estoy a favor de las primarias: ¿cómo mostrarse en contra de cualquier cosa que signifique ventanas abiertas para oxigenar el enrarecido ambiente del interior de nuestros partidos políticos? Pero, ya que las hacemos, hagámoslas de la forma más limpia posible, de manera que un observador como quien suscribe no pueda tener la más mínima sospecha de que hay funcionarios del aparato que maniobran para no perder su despacho con los privilegios anejos. Y no me digan, por favor, que el proceso ha estado del todo exento de alfilerazos, trucos y desplantes inelegantes, porque no lo ha estado.
Creo, en fin, y siento decirlo, que una victoria de Trinidad Jiménez en estas elecciones primarias de Madrid significaría lo mismo que ha significado la exclusión de Antonio Asunción en las primarias valencianas: una nueva victoria de ese cesarismo presidencialista al que nada, o casi nada, se le pone por delante. O sea, una derrota de la democracia tal y como yo creo que debe entenderse.