Urbanidad

01/10/2010 - 09:45 Hemeroteca

LA VENTANA
JAVIER URRA PRIMER DEFENSOR DEL MENOR
Saber comportarse, facilitar la comunicación con los otros, este es el objetivo que hemos de alcanzar mediante una correcta socialización.
El protocolo facilita la vida, el con-tacto evita molestias, malas interpretaciones, lo he comprobado en los distintos cargos que he representado. En fin, el sentido común, la naturalidad, la deferencia facilitan encuentros en que uno hace de “embajador”.
Pero se precisa formación, haber leído, reflexionado, dar la trascendencia a aquello que lo tiene, los pequeños detalles, el saber conducirse con soltura en los saludos, las conversaciones, mostrarse desenvuelto al comer, vestir adecuadamente. Precisamos ser, pero también estar.
Hemos de donar recomendaciones de educación social, para que los niños y jóvenes salgan airosos de situaciones inicialmente comprometidas que les produce miedo al ridículo, cuando anticipan el fracaso por estar desubicados. Nuestros jóvenes precisan sin politización educación para la ciudadanía, para la urbanidad, para el decoro y las buenas formas.
El término protocolo es traducido en el imaginario colectivo de los jóvenes por apolillado. A base del erróneo “dejar hacer”, de aceptar el cómodo “yo soy así”, o el relativista “para gustos los colores”, hemos en algún punto perdido el gusto, el buen gusto. Pues claro que hay patrones desde la diversidad, la libertad individual, la creatividad. Lo chabacano, lo grotesco, irrespetuoso es un acto provocativo que lesiona sensibilidades.
No es menester leer la República de Platón para ser culto, emocionarse con Neruda para mostrar el sentimiento que cobija el ser humano. Ahora bien, ir por la vida taladrado como un fakir andante, ataviado con luto ennegrecido para destacar la calavera, andrajoso, sucio, maloliente y con pensamientos tan escasamente elaborados y cortocircuitados como “mola mazo” o “me rayo” es simple y llanamente descorazonador y deprimente.
Las buenas maneras se adaptan a la evolución de los tiempos y costumbres, no atentan contra la espontaneidad. Hemos de erradicar la pedantería, busquemos que nos vean como creemos ser. La naturalidad refuerza la personalidad.
Destaquemos aspectos tan esenciales como el correcto sentido del humor, la capacidad para reírse de uno mismo, la actividad de camaradería. Irrenunciable llevar la vida en los propios brazos, el autocontrol siempre necesario. La autobservación para conocerse a uno mismo, para mejorarse. Una labor cotidiana que nos permite construir el futuro, disfrutando del presente.
Ser amable, cortés, cordial, es la mejor tarjeta de presentación, los otros te interpretan como con buena disposición, respetuoso, afectuoso, merecedor del mismo trato.
Anticipar las consecuencias de nuestros actos, asumirlos eso es ser responsable, algo que todo el mundo valora. Como la higiene tan elemental, tan esencial y diaria, en profundidad por uno mismo y por los que te rodean. Respecto a la puntualidad, pensemos que robar el tiempo es grave, pues no se puede devolver. Ser escrupulosamente puntual no es una deferencia, es una obligación mutua.
Respeto, a uno mismo, cuando se está solo, respeto a los mayores, a la autoridad, respeto entre iguales. Sé respetuoso y te respetarán.

Ser elegante en la conversación, en la forma de caminar, de sentarse, todo un don, una distinción que puede adquirirse con esmero, sin aspavientos. Los modales son importantes, como lo es la urbanidad que en mis tiempos (no tan lejanos) era una asignatura. Convivir, sí, con-vivir, supone con-ducirse más allá de las normas escritas.