Urnas, Iglesia, economía

01/10/2010 - 09:45 Hemeroteca

Por: FEDERICO ABASCAL
No se habían movido tan activamente en la vida política de la restaurada democracia como en esta legislatura
Ayer dio el Gobierno el pistoletazo de salida para la carrera electoral, un maratón político de 55 días hasta la meta situada en el 9-M. Los dos partidos mayoritarios salen con posibilidades parejas de triunfo, ya que el PP está echando su aliento demoscópico en la nuca del PSOE, y éste empezaría a sentir la sacudida de algún escalofrío.
En esta precampaña electoral, que se inició en cierto modo al principio de la legislatura, participan dos factores que no solían intervenir directamente en las campañas anteriores. Se trata de la Iglesia por un lado y de la economía, por otro. (Bien es verdad que en las generales de 1982 la economía fue una baza importante en la estrategia socialista, con la promesa de 800.000 nuevos puestos de trabajo que se vieron sustituidos por otros tantos de paro. Ocurría entonces, sin embargo, que el PSOE tenía las elecciones ganadas de antemano porque la UCD había consumado prácticamente su proceso de evanescencia).
Ahora es distinto. Las jerarquías de la Iglesia no se habían movido tan activamente en la vida política de la restaurada democracia como en esta legislatura, y los prelados con perfil más conservador o incluso ultraconservador parecen estar logrando, tal vez involuntariamente, que un cierto número de fieles católicos se planteen si votar aconfesionalidad o laicismo supone una traición a su fe. Se cumple en estas fechas un aniversario del cardenal Tarancón, el hombre que puso al morir Franco a la Iglesia en sintonía con la apertura democrática, pero su recuerdo parece haber caído en el olvido eclesial. Este purpurado concitó sobre él un desafecto ostensible del franquismo más resistente, y un difuso rencor solapado en algunos franquistas que se embarcaron desde el principio en el futuro constitucional.
Por otra parte, en la Iglesia católica se aprecia un esfuerzo por ampliar el espacio, muy reducido hasta ahora, en que se habían refugiado los fieles posconciliares de Trento, más bien marginados por los fieles posconciliares del Vaticano II. Y en ese ambiente neotridentino no parece que inspire confianza ningún gobierno que no haya demostrado, como partido de la oposición, su apoyo constante a las ocurrencias políticas del Episcopado español, haciéndolas incluso suyas.
El efecto de la movilidad política de nuestros cardenales más conservadores en la campaña electoral, según un sondeo de aproximación, desplazaría a medio millón de votantes católicos desde el PSOE hacia opciones menos pecadoras. Pero podría ocurrir al mismo tiempo que medio millón de católicos de fidelidad al voto más conservador decidieran en un ejercicio de libre voluntad depositar el 9-M en la urna una papeleta socialista, recomponiendo así el equilibrio que hubiera destruido la movilización político/pastoral.