V Centenario
El movimiento comunero supuso el cuestionamiento a un rey que llegó a Castilla sin saber hablar castellano, imponiendo cargos extranjeros y exigiendo un esfuerzo tributario.
Escribo estas líneas mientras regreso de Valladolid tras participar en algunos de los actos que con motivo de los 500 años de la rebelión comunera están teniendo lugar en Castilla y León: una magnífica exposición y un congreso internacional en el que los principales especialistas han presentado los resultados de sus investigaciones, a los que se añadirán otras muchas actividades. No es para menos. La conmemoración de los Comuneros se celebra cada 23 de abril desde que en 1521 fueron derrotados por las tropas de Carlos I. El movimiento comunero supuso el cuestionamiento a un rey que llegó a Castilla sin saber hablar castellano, imponiendo cargos extranjeros y exigiendo un esfuerzo tributario para financiar sus proyectos europeos, frente al que se rebelaron.
Más allá de si fue un movimiento reaccionario, opuesto a los nuevos aires absolutistas que recorrían Europa, o si por el contrario se trató de una revolución anticipadora de los valores del liberalismo, lo cierto es que los comuneros se convirtieron en un mito. Lo fueron en las Cortes de Cádiz, lo fueron en el Trienio Liberal, en la II República y también en la Transición. A ellos se asociaron los valores de la libertad, de la resistencia popular, de la reivindicación de la soberanía popular frente a la del monarca, pero sobre todo de reivindicación de un territorio, Castilla, tras cuya derrota no volvió a levantar cabeza, enredada como quedó en los planes imperialistas de los Austrias. Un reino que había sido próspero durante siglos se convirtió en parte de un Imperio al servicio del cual puso a sus gentes y sus recursos. La derrota comunera, el mito comunero, fue el lamento por lo que pudo haber sido y no fue, la tristeza por haber perdido un futuro alternativo mejor, la bandera de enganche frente al absolutismo, tanto si era el de Carlos I como el de Fernando VII, el de los borbones o el de Franco.
Y he aquí que Castilla-La Mancha se acuerda ahora de que es el centenario e improvisa unos actos para poder dar la cara, anunciando Page como acto culminante de la celebración el futuro levantamiento de una estatua a María Pacheco, la mujer de Padilla. Toledo fue cuna y epílogo del movimiento, ciudades como Guadalajara participaron inicialmente en la revuelta, Juan Bravo -que tiene calles y alguna estatua por toda España- era de Atienza. Incluso el nombre de la comunidad autónoma tiene esa reminiscencia comunera de la que se prescindió enseguida, dando el protagonismo en exclusiva a lo manchego frente a lo castellano. Según Bono, fue Page quien anunció en 1993 una estatua para Juan Padilla en Toledo. Se erigió, décadas después, en 2015. Estaremos atentos a la inauguración de la estatua de María Pacheco, culminación del centenario.