Verano azul


Se publica en redes un vídeo donde cinco varones obligan a un burro a avanzar, están practicando una carrera con tan noble animal. Uno montado sobre el animal; cuatro tirando con fuerza de las sogas que han situado en el bozal.

 A muchos de ustedes les digo Verano azul e, inmediatamente, la melodía de la mítica serie comienza a bailar en su mente como si la niñez volviera a nuestra vida y las buenas sensaciones albergaran el corazón evidenciando que el periodo estival va a traernos momentos únicos ligados a la sensación de felicidad. 

Los sonidos. Esos que provocan sensación de bienestar, que dan luz con solo escuchar las primeras notas de una canción, la lectura de un texto, la voz de quien con solo una frase provoca una sonrisa, o el golpetear del rabo de tu animal de compañía contra la pared cuando encuentra tu mirada. Los sonidos de la vida. Sin embargo, hay un sonido que repica en mi mente con fuerza. Que recorre el verano y el año entero de seres que van a cubrir las necesidades de un turismo cruel e irresponsable. Es el sonido del sufrimiento.

Se publica en redes un vídeo donde cinco varones obligan a un burro a avanzar, están practicando una carrera con tan noble animal. Uno de los varones, montado sobre el animal; cuatro tirando con fuerza de las sogas que han situado en el bozal. El que está sobre el animal se baja enfurruñado, frustrado al ver que no ha logrado su objetivo: le golpea, le empuja y le somete sin contemplaciones. El burro se siente aterrorizado, agotado, la angustia no le permite dejar emitir sonido alguno de su garganta y el infernal sol que este verano estamos sufriendo no le da tregua. Los varones, unidos, consiguen que el burro avance por las calles de Boñar -en León- a la vez que las patas del animal parece que van a romperse en su resistencia. A su alrededor, se oyen las voces de personas indicándoles que el burro no quiere avanzar, pero nadie se atreve a evitar el sufrimiento del animal. La valentía se disuelve otra vez en la colectividad compartida de una actividad de verano amparada en la tradición.

Me pregunto cómo se puede permanecer anclados en una tradición de más de sesenta años que define a un pueblo y a los habitantes que practican la carrera bajo fuertes creencias que chocan frontalmente con cualquier tipo de ética. Entiendo que si desde pequeño te muestran que montar a un burro cuya constitución no está preparada para soportar tu peso, que puedes apalearle y forzarle, te están habituando y preparando para la barbarie. Y ese proceso, que es largo e intenso, se nos ha inculcado desde pequeños para callar la voz de los seres más vulnerables, los animales.

¿Recuerdan a Juan Ramón Jiménez? Platero es pequeño, peludo, suave; tan blanco por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.

Reflexionar acerca de nuestros actos es sumamente importante para seguir escuchando la voz de los animales en la naturaleza y no su lamento en nuestras manos.

Deseo un verano con rebuznos que se eleven como notas musicales al aire para comunicarse entre los de su especie, con toros que no bramen con la boca llena de sangre o por el dolor que les ha provocado la rotura de una de sus patas al huir en los encierros, donde el repiqueteo de las pisadas elegantes de los caballos no soporten ningún carro, donde la mirada inocente de terneros y vaquillas no se crucen con las de niños adoctrinados en encierros infantiles, donde el rugido de un gran felino sedado no sea acallado por el disparo de una cámara fotográfica o donde acariciar a sus robados cachorros sea condenable, un mundo en el que tocar a un elefante amarrado y sometido no sea gozo para el turista, donde las palomas de las plazas de las grandes ciudades del mundo no parezcan despreciables, un mundo en el que los animales varados en la orilla de playas turísticas sean atendidos y no agonicen en los selfis que recorrerán las redes sociales como recuerdo. Donde sepamos que los primates, cuando están aterrados, parecen sonreír.

A ver si mantenemos la tradición de leer algo más y maltratar algo menos.