Verde que te quiero verde
Hoy, gracias a la sostenibilidad, el verde -de nuevo vinculado a la naturaleza-, vuelve a teñir carteras, bolsas y finanzas no solo en España, sino en toda la Tierra.
En las monótonas tardes en la escuela de mi infancia, la maestra y el cura nos explicaban que el verde era el color de la esperanza. Bastaba con mirar en llegando marzo los campos desde la barbacana. Los agricultores, decían, saben que todavía vendrán escarchas y cierzos, lluvias y tormentas, pero que al final habrá cosecha.
El verde también se asociaba al sexo crudo y a los chistes de Jaimito, eróticos o picantes como los pimientos (en algunos países hispanoamericanos se llaman ‘chistes rojos’). Luego, nos eran recriminados en el colegio, en casa y especialmente en el confesionario: “¡Ya estamos otra vez con esos chistes!”
El verde fue, después el color de nuestros sueños materiales. Se asociaba al dinero, tonalidad de uno de los billetes más populares y valiosos: el de 1.000 pesetas. Con la llegada del euro perdió buena parte de su carga simbólica como referencia cromática del poder económico. Pero su adiós no era definitivo.
Hoy, gracias a la sostenibilidad, el verde -de nuevo vinculado a la naturaleza-, vuelve a teñir carteras, bolsas y finanzas no solo en España, sino en toda la Tierra. En el mundo financiero se han puesto de moda las llamadas «inversiones sostenibles», es decir, aquellas que introducen un ritmo más pausado a los flujos económicos teniendo en cuenta el bienestar del planeta. Amén.
Todas las campañas y actos oficiales van teñidos de verde-propaganda de la mano de asesores vendemotos. También en nuestra comarca. Con bien pagadas mesas redondas o apepinadas, documentales de aves encantadas en los parques eólicos o la suelta algún buitre recuperado en el Alto Tajo, con teles, fotos, y autoridades segundonas para apuntalar la candidatura a Parque Nacional.
Todo se ha tornado verde, ecológico, bio y sostenible hasta en la España más vaciada, la nuestra. Todo y todos neoverdes. Aunque no haya una sola electrolinera para amamantar a los rompedores vehículos de ‘contaminación cero’.
En mi pueblo siempre se ha llevado el verde sabina, tirando al rancio de Vox en invierno, y en primavera al verde flúor, que hoy nos venden l@s influencers. Verde que quiero verde…, como el título del enigmático romance lorquiano.