Versos crípticos

15/06/2013 - 00:00 Luis Monje Ciruelo

  
  
 
El recital de un amigo, que no se considera poeta sino escribidor de versos, me ha incitado a escribir esta Brújula con mi habitual osadía de ocuparme de lo que ignoro. El tal amigo, que oculta todo lo que puede su García paterno para destacar su materno Marquina, tal vez por creerlo de mayor raigambre poética, es quizá mi amigo de mayor categoría en ese afán de escribir renglones más o menos cortitos para decir lo que en prosa sería mucho más directo. Este raro amigo, que se empeña en expresarse en versos desiguales cuando no le da por los sonetos, no lo debe de hacer muy mal cuando cada libro que escribe gana un premio. La verdad es que he tenido amigos peores en esa especialidad de escribir adrede para que no se entienda. Y esa manía con la que algunos encubren su falta de talento, se ve que no es una artimaña de hoy puesto que el mismísimo Cervantes dijo de ellos que “verdaderamente hay poetas en el mundo que escriben trovas que no hay diablo que las entienda”. Precisamente, ese afán d’orsiano de oscurecer lo que se escribe me ha llevado más de una vez a enfrentarme con los colegas del Parnaso, al igual que en muchas ocasiones lo he hecho con los ecologistas, raros especímenes ambos que suelen marchar a contracorriente. A ese marquiniano amigo le pregunté si con esas reflexiones que entreoí, de gran hondura poética, debo reconocerlo, y claro sentimiento amoroso, podría enamorar mejor a una doncella que con el clásico “Doña Inés del alma mía/ luz de donde el sol la toma,/ hermosísima paloma/ privada de libertad..”del Tenorio.
 
  Si Cervantes, buen poeta, levantara la cabeza, no sé qué diría de los rapsodas de hoy tan dados al modernismo, surrealismo, dadaísmo, postismo, etc, corrientes que fluyen por debajo de la auténtica Poesía. Se comprende que a los pueblos ya no los muevan los poetas, ni nadie se apropie de sus versos para recitarlos al oído de su enamorada. Hoy los poetas ya no llevan melena ni chalina como los románticos, de los que Bécquer es su paradigma. Ni escriben para que el pueblo los lea. Lo hacen para su cada vez más pequeño círculo de colegas. Y cuando salen de su ámbito se enfrentan a la incomprensión popular, que no entiende sus versos y se ríe de ellos, cuando en otros tiempos la Poesía despertaba los más nobles e íntimos sentimientos. Ya lo apuntó Platón al decir “cuando el amor o la muerte hieren, cualquiera se hace poeta, aunque antes no hubiera sido inspirado por las musas.