Viena en invierno

01/10/2010 - 09:45 Hemeroteca

EL COMENTARIO
TEODORO ALONSO CONCHA
Los días grises,cortos y fríos de enero también pueden ser buenos para alejarse de la aldea y visitar las grandes ciudades del mundo. Tolstoi aconsejaba comenzar describiendo cada uno su propia aldea para ser universal, pero si continuas apegado a ella, puedes caer en el aldeanismo. Actuar localmente pero pensar globalmente, puede tener la virtud del justo medio.
Viena es una de las grandes ciudades imperiales centroeuropeas y con la desnudez invernal, sin flores, ni hojas en los árboles, se puede uno demorar en la contemplación de su formidable arquitectura y urbanismo o refugiarse en los teatros y salas de música.
La dinastía de los Habsburgo, que gobernaron el imperio austrohúngaro, pusieron su empeño en la construcción de grandiosos palacios, teatros, iglesias, perspectivas, jardines. Todos ellos son símbolos de su poder, que la aristocracia también copiaba en sus grandes mansiones y por las que el pueblo debía sentir orgullo y respeto. Es una formidable puesta en escena, refinada y culta que ahora parece hecha para rodar grandes películas, pero estaba destinada a los desfiles, recepciones y representaciones. Está inspirada en sus motivos y elementos arquitectónicos por el arte romano y el renacimiento italiano, pero sin que haya en ella verdadera originalidad creativa.
El visitante se siente apabullado y no puede por menos que admirar tanta grandiosidad. Pero a la vez, la pompa barroca, imperial, seduce tanto por la exaltación del poder como por el presentimiento de su inestabilidad. ¿Por qué tanta profusión de motivos decorativos, tanto horror al vacío, tantos gigantes y atlantes que exhiben una fuerza desmesuraba, que abaten fieras y enemigos imaginarios? Todo el arte barroco es un arte de final de término, una última vuelta de tuerca al arte clásico que anuncia su inevitable final. Aquí en Viena, capital de un imperio que abarcaba pueblos diversos, con una aristocracia complaciente pero anacrónica, el imperio austrohúngaro tendría su final con la primera guerra mundial y su arquitectura es la metáfora del mismo.
Donde sí hubo creatividad y originalidad genial es en la música. Haydn, Mozart, Beethoven vivieron, crearon, disfrutaron y sufrieron en esta ciudad. Junto a estos genios, otros muchos cuyos nombres figuran grabados en las estrellas de Kärntnerstrasse, la milla de oro que conduce desde la catedral de San Esteban al Teatro de la Opera. Fue inaugurada en 1869 con Don Giovanni de Mozart y estos días se puede asistir de nuevo a su representación.
Así como la arquitectura repite una y otra vez los motivos del clasicismo, y su función primordial es la exaltación del poder, la gran música europea es una creación artística nueva y una aportación extraordinaria a la cultura universal. La música es la mayor gloria de Viena. El poder pasa, el arte permanece.